Indias e indios amotinados. Xicochimalco 1764
(Texto publicado en el tomo III del libro "Mujeres en Veracruz. Fragmentos de una historia")
Dr. Guy Rozat Dupeyron
INAH, Xalapa, Veracruz
Si
bien en los archivos, y particularmente en los de los “jueces eclesiásticos”
atados a cada parroquia importante, podemos ver a mujeres luchando por sus
derechos personales o por la defensa de su honor, pocas veces aparecen como
sujetos colectivos, como “las mujeres” de tal o tal comunidad.[1] Un
sujeto colectivo que nos permitiría conocer el grado y las modalidades de la
participación global de las mujeres en las luchas de sus comunidades. Aunque
sabemos que en los motines urbanos, y particularmente en los motines generados
por el hambre o el pan caro, fueron generalmente las mujeres las que estuvieron
en el primer rango e incluso las más violentas[2]. Es
claro que esa irrupción de la violencia femenina en estos casos parece, a los
ojos de los testigos, “natural” porque las dificultades cotidianas para el
abasto y alimento para sus familias pertenecen en propio a la esfera doméstica,
un espacio que les es reconocido. En estos casos de tumultos, como en los
generados por rumores en contra de sus familias, como la desaparición de
infantes, se sienten golpeadas en el centro de su identidad, y sus maridos y
compañeros que no las hubieran dejado participar en manifestaciones de carácter
más “político”, las dejan actuar y las sostienen. Podemos pensar que fue la
vida urbana y la división social del trabajo la que cristalizó en gran parte
esa separación de roles entre hombres y mujeres en la Nueva España.
Por
otro lado, en cuanto a una comunidad campesina, que es nuestro objeto de
atención para este ensayo, es evidente
que si en la mayoría de estas comunidades agrarias de la Nueva España, mujeres
y hombres pertenecían a estatutos genéricos diferenciados, esta situación no
debe considerarse como el escenario de una cruenta guerra secular entre los
sexos. Sin caer en el angelismo de pensar que pudo existir una cierta igualdad
de género antes de la Conquista en ese mal conocido mundo de la vida cotidiana
americana. Es probable que la diferencia marcada de estatuto social que se ha
observado en los siglos XIX y XX, e incluso
hasta la actualidad en las comunidades indígenas, sea parte de la imposición de
los valores culturales occidentales desde la conquista hispana.
La
mujer, para la cultura religiosa monástica cristiana de los siglos XIV, XV y
XVI, representaba a la mejor ayudante del demonio para sus empresas de
perdición del pueblo cristiano. Ser inferior, salida de la costilla de Adán, criatura
divina a pesar de todo, se olvidó del doble respeto que debía a Dios y a su “superior
natural”, Adán, incitándolo a cometer el pecado original. Según el mito
occidental cristiano, esa doble falta no podía ser redimida, y la mujer,
siempre bajo sospecha, criminal empedernida, tendría que ser eternamente
condenada tanto en espíritu como en su cuerpo. Recordemos por ejemplo, que para
acceder al estatuto de Santa canonizada, muchas de esas mujeres propuestas a la
piedad de los fieles durante siglos, fueron ejemplares, pero muchas veces por las
terribles mortificaciones impuestas a sus cuerpos, único camino que podía
llevarlas a pretender la regeneración y la santidad[3].
No es fácil entender en qué medida estas concepciones cristianas occidentales
de negación y desvalorización de la mujer, y su consecuencia más evidente: la culpabilización
del placer sexual, penetró en los grupos indígenas en esa primera
evangelización, o si no sería más bien durante lo que los especialistas llaman
hoy, a veces, “la tercera evangelización”, que empezó en la segunda mitad del
XVIII, que permitió que las antiguas relaciones genéricas fueran definitivamente
perturbadas o aniquiladas[4].
Sin olvidar que fue a través de la alfabetización indígena, que sea en la lejana
época de las primeras escuelas rurales parroquiales del siglo XVIII, pero sobre todo en la alfabetización
sistemática de los siglos XIX y XX, cuando se impusieron los modelos de
dominación genéricos contemporáneos.
Si
creímos que era necesario recordar algunos de estos antecedentes genéricos, fue
porque para entender los documentos coloniales no solamente debemos pensarlos
históricamente y entender la lógica del horizonte cultural–histórico de dónde
provienen. Sino también reflexionar sobre el carácter histórico de nuestras
propias categorías de análisis. Así, debemos considerar que si bien las mujeres
de Xicochimalco[5]
a mediados del siglo XVIII difieren mucho de sus antiguas genitoras, también
difieren de esas descripciones de mujeres “indias” que nos ofrece la
antropología mexicana clásica, enteramente dominadas y sometidas al poder
absoluto de los varones. De igual manera, el carácter dominador y violento de
sus compañeros indios, es probablemente la consecuencia de esta imposición de
los valores de identidad de género
introducidos por la presencia occidental. No debemos olvidar que la historia de
las comunidades campesinas novohispanas, “las Republicas de Indios”, es una
historia compleja y contrastada. Si bien algunos autores pretenden hoy que lo
esencial de las antiguas culturas americanas logró sobrevivir hasta la
actualidad en las comunidades indígenas de México, como historiadores, no
podemos admitir esa negación misma de la historia de esas comunidades y
particularmente sobre las diferencias genéricas, presentes hoy, en dichos
pueblos.
Para
entender las luchas y los esfuerzos que esas comunidades emprendieron durante 3
siglos para sobrevivir como colectivo, tenemos que reintroducirnos en su historia, desde el gran derrumbe demográfico
consecutivo a las terribles epidemias de los siglos XVI y XVII, pero también
considerar la revitalización profunda que animó a dichas comunidades a finales
ya del XVII y particularmente en el siglo XVIII, y que a pesar del regreso de
algunas pandemias brutales, logró sostener un poderoso movimiento de expansión
demográfico. También para entender los documentos que existen sobre la larga
historia de un pueblo como Xico desde la Conquista, debemos cuidarnos de sus
estrategias retóricas, de cómo, de manera muy astuta, utilizaban los clásicos
argumentos que la polémica religiosa y judicial ponía a su disposición para
defender lo que consideraban como sus derechos.
En
estos documentos, testimonios de su
proceso de reconstitución como entidad colectiva, se puede ver cómo,
proyectándose en el futuro, tienden también a reinventarse un pasado, ya que
fundan sobre él los derechos y beneficios que pretenden obtener. Si bien los derechos
de los españoles, que se ostentaban como “legítimos” propietarios de las grandes haciendas y habían
monopolizado la tierra en la región, pueden ser considerados hoy, como
resultados de un proceso de usurpación, generalmente, los textos “indígenas” coloniales
no cuestionan esa fundación sino que intentan
reintroducirse en esa historia colonial que no han escogido pero que ahora es
suya.
Un pueblo en la historia
En
los archivos mexicanos y extranjeros existen copias de esos pleitos que promovieron
“los indios e indias de Xicochimalco” contra los terratenientes vecinos. Por
ejemplo, desde 1687 éstos reclamaban a la administración virreinal la
restitución de “sus” tierras y el restablecimiento de un pueblo que se llamó
San Marcos, ya que pretendían que ese antiguo pueblo había estado sujeto a Xico[6]. En
1710, aprovechando el pedido de subsidio hecho en la Nueva España por el virrey
para subsanar los gastos europeos de la Guerra de Sucesión[7], la república de indios de Xico arma un nuevo
expediente para intentar hacer valer, otra vez, lo que consideraba como sus
derechos, ya que querían aprovechar la coyuntura sabiendo que contra ese
subsidio hecho en oro a la corona, podrían obtener los títulos de propiedad que
les faltaban para acreditar la posesión plena de los terrenos de San Marcos.
Entregan 30 pesos de oro en 1710 (y otros 20 en 1716). Argumentando una posesión
inmemorial, piden que los funcionarios virreinales fueran a inspeccionar dichos
terrenos “para dejarlos en posesión provisional de las tierras solicitadas”[8].
Pero ciertos testigos convocados ponen en entredicho esa solicitud ya que
reconocen que esas tierras de San Marcos pertenecían al Mayorazgo de la
Higuera, la principal entidad territorial vecina. Los testigos de la República,
al contrario, afirman que por lo menos desde hacía 20 años “los de Xico” habían
cultivado “todas las tierras a su circunferencia”, y que si habían tenido algún
litigio, era porque los ganados del Mayorazgo siempre invadieron sus sembradíos
hasta que lograron posesionarse del lugar. A pesar de que estas averiguaciones parecen
favorecer las demandas de “los de Xico”, en 1713 el apoderado del dueño del Mayorazgo
interpone una apelación en la Real Audiencia de México, argumentando que los xiqueños
y campesinos de otros pueblos, efectivamente habían cultivado ciertas parcelas
de San Marcos, pero en tanto que eran subarrendadores del Mayorazgo y por lo
tanto, pagando renta, reconocían al Mayorazgo como propietario. Un despacho
virreinal ordenó la restitución de las tierras al Mayorazgo y ordenó también “a
los labradores y trabajadores de San Marcos para que siguieran trabajando y
pagando rentas al Mayorazgo y no tributaran a Xico”[9].
Con
el aumento paulatino de la población, y del consumo de carne en la región y
particularmente en Xalapa, los potreros de San Marcos se vuelven muy codiciados,
ya que la comarca, muy accidentada, disponía de muy pocos buenos pastos para
acoger y engordar el ganado[10]. Al
mismo tiempo, el propio Mayorazgo y las grandes propiedades de la región, que
se habían dedicado al cultivo de la caña, estaban en plena decadencia[11], como
los ingenios del Chico, el Grande, Pacho, etc.[12] Algunas
de estas grandes propiedades se habían reconvertido a la engorda de cerdos o de
ganado mayor, al cultivo de un poco de tabaco y a sembrar el tradicional maíz. Probablemente
es frente a esa decadencia que la República de Indios de Xico intentara de
nuevo reiniciar el litigio en 1752 pero que pierden otra vez en 1753.
Si
hemos creído necesario recordar todos esos litigios que sostuvo la comunidad de
Xico, fue para esbozar algo del paisaje de las disputas agrarias en el momento
en el cual se sitúa el famoso “tumulto” de indias e indios de Xico que
trataremos en este capítulo, y para mostrar la pugnacidad de ese pequeño grupo en
la persecución de lo que consideró como sus derechos.
En
1746 Villaseñor y Sánchez consideró que ese “vecindario se compone de 343
familias de indios, 7 de españoles y 44 de mestizos y mulatos, no produce la
tierra más fruto que maíz, y éste convierten en bizcocho, y de él se provén
todos los arrieros, que es el principal bastimento en sus viajes”[13].
Es
evidente que para 1764, año de nuestro tumulto, el vecindario había crecido un
poco, pero seguía mostrando una gran unidad, forjada por décadas de luchas
contra las grandes entidades territoriales vecinas. Pero también esa pugnacidad
les dio la fama de indios reacios o incluso “revoltosos”.
La República de Indias e Indios de
Xicochimalco y su vicario
Para
entender mejor lo que pudo ocurrir en Xico en esos días de 1764, faltaría ahora
decir algo acerca de la relación entre esa comunidad, unida, y el personal
religioso encargado de su formación y control de su vida cristiana y sus buenas
costumbres.
Xico
dependía del curato de Coatepec y por lo tanto, el vicario que los administraba
espiritualmente era mandado por el cura de ese pueblo. No es aquí el lugar para
extendernos sobre las relaciones entre la administración religiosa colonial y los
feligreses, sino sólo podemos recordar que en virtud del patronato real
acordado por el papado a los reyes católicos, la Iglesia se encargaba no
solamente de la administración religiosa sino también tenía un poder de
justicia sobre la vida política en los pueblos. Fue al interior de este complejo cuadro que
los curas y sus ayudantes, los vicarios, se inmiscuían no solamente en el
control de las almas, sino en el control terrenal de los recursos. No sólo estaban
interesados en los diezmos y los estipendios que pagaban los feligreses para
los grandes momentos de su vida cristiana: bautizos, matrimonios, etc., sino
que intentaban también controlar toda la vida económica comprando o rentando
tierras, sembrando, criando ganados, etc. Y generalmente lograban su éxito
económico a base de presiones y artimañas, valiéndose de su poder de policía y
justicia sobre sus feligreses. Existen innumerables pleitos en los archivos que
dan cuenta de los conflictos entre las Repúblicas de Indios y los abusos de sus
curas y vicarios[14].
Un
último elemento para pensar la situación en 1764 sería la visión del indio que
desarrollaron ciertos sacerdotes de acuerdo con un sentimiento bastante
compartido en toda la sociedad colonial novohispana, europeos y criollos
confundidos. Éstos eran considerados como menores, con una capacidad de
entendimiento racional muy reducida, lo que parece autorizar a algunos de estos
sacerdotes a utilizar el garrote para hacerles entrar la doctrina, ya que “la
letra con sangre entra”. En resumen, entre parroquianos y sus curas existía
generalmente una gran distancia, sino es que un franco antagonismo, a pesar de
los tímidos intentos de la jerarquía que pretendía más ilustración para su
personal y que se dejaran de utilizar estos métodos violentos, sin realmente
lograrlo, como lo veremos en el caso que nos ocupa.
El tumulto de Xico, pascuas de 1764
En
un expediente, en muy mal estado por cierto, medio comido por los hongos, del
archivo parroquial de Xalapa, se encuentra un conjunto de documentos que tratan
de un “tumulto” en el cual “indios e indias” de Xico son acusados por el
teniente del cura de Coatepec, responsable de su gobierno espiritual, de
haberlo amenazado y de intentar prohibirle dar misa[15].
Ya
dijimos que los “indios” de Xico tenían pública fama de indóciles y repelones
en los siglos XVII y XVIII, y recordamos cómo la historiografía sobre la región
se ha hecho el eco de las luchas de los habitantes de ese pueblo por la
“reconquista” de las tierras de sus antepasados. Pero en dicha historiografía no se menciona jamás
la presencia de las mujeres en estas luchas de siglos, lo que vuelve
interesante el expediente que analizaremos aquí ya que se menciona claramente esa
presencia, al lado de sus compañeros, de las mujeres, consagrada por el hecho de
que la represión llevó a varias de ellas a la cárcel de Xalapa a donde
acompañaron a sus maridos y a sus “compañeros de lucha”.
Intento de reconstrucción de los
hechos
La
complejidad de las estructuras de poder religioso, judicial y político en la Colonia
nos permite obtener un amplio conjunto de documentos sobre un mismo evento, ya
que las diversas instancias de esos poderes tenían que respetar una serie de
jerarquías administrativas y por lo
tanto, se debían elaborar un gran número de textos en los cuales cada instancia
debía declarar su punto de vista sobre un problema.
El
primer documento revisado aquí está fechado el día miércoles 11 de abril de
1764, y está firmado por el cura beneficiario de Coatepec, y destinado al
Alcalde Mayor de Xalapa, Don Antonio Primo de Ribera, autoridad máxima en la
región de la cual depende tanto Coatepec como Xico, Xalapa y varios pueblos.
Ese representante del virrey es el encargado de la buena marcha política y de
la paz pública en esta región.
La acusación
En
este documento, Diego Xavier de Obregón, cura de Coatepec, informa al dicho
Alcalde Mayor de un auténtico “tumulto” que supuestamente habría ocurrido el
domingo precedente, 8 de abril cuando: “los Indios del Pueblo de Xicochimalco y
sus indias se atumultuaron contra mi teniente el Licenciado Don. Félix Xavier
Pérez”. Según ese eclesiástico, los revoltosos cerraron “la Iglesia para que no
dijera misa”, y esto, bajo el pretexto, aparentemente insignificante según el
autor, de que dicho vicario había “dado
a los Indios unos palos con la vara del fiscal para que entraran a la Iglesia a
rezar como se los tenia mandado”.
Dicho
vicario, tan ansioso de dar su misa, también había reprendido a las mujeres que
se encontraban en el atrio “interpoladas con los hombres como se les tenía
prevenido”, por eso ellas también, y esto lo sabremos después, recibieron sus
dosis de palo. Es interesante notar que en esta primera versión del “tumulto”,
las mujeres no aparezcan golpeadas sino solamente reacias a escuchar las órdenes
del vicario que les prohibía mezclarse, bajo pena de castigo, con sus
compañeros, hasta en el atrio de la iglesia.
El
cura de Coatepec, para disculparse por tener un vicario dado al método
coercitivo, pretende informar a la autoridad que finalmente si éste tuvo que
utilizar la fuerza, no fue casi nada, solo unos cuantos palazos: “de cuyo
castigo no se siguió efusión de sangre ni lastima de alguno”, pero insiste sí, en
la existencia de un auténtico “tumulto”, una casi revuelta, que por suerte no
paso a mayores ya que fue contenido por “la gente de razón”. Pero si el “tumulto”
fue contenido, los infelices indios añadieron a su desobediencia y falta de
respeto al representante de la iglesia, una ofensa mayor, parece pensar el
sacerdote, ya que “no quisieron asistir
a la misa”. Si bien el vicario finalmente
dio su misa, fue sólo para 8 personas, únicamente con la asistencia de ésa
“gente de razón” que había controlado, según su testimonio, el “tumulto”. Pero
aquí, en esta denuncia tramposa, podemos ver a la comunidad en cuerpo, hombres
y mujeres, desertando a la iglesia, señal de que dicho vicario había dado algo más
que una corrección paternal a feligreses irrespetuosos de su persona y de sus
deberes.
El
testimonio del cura de Coatepec sobre lo ocurrido oscila entre el reporte de un
incidente, aparentemente menor, minimizando la actuación de su vicario, y la acusación
muy seria de que lo ocurrido constituyó un auténtico “tumulto”, casi una
rebelión general, ya que afirma que después de que “la gente de razón” lo
apaciguó, dichos revoltosos prometieron que “el venidero se verían las caras ya
habría sangre de por medio”. Para fortalecer su acusación, recuerda además que
en el pasado, en anteriores conflictos con sus vicarios, ya dicha gente de
razón había también logrado contener estos brotes de rebeldía. Por lo tanto, ese
eclesiástico se cree con el derecho de poder exigir que “los cabecillas Cruz
Lázaro, Pedro Maldonado, Franco Gerónimo, Fistol Pedro” comparezcan frente a la
justicia del Alcalde Mayor ya que “va de
muchas veces que se atumultúan contra las justicias seculares y eclesiásticas”.
También exigió que comparecieran “Lázaro Luiz, Simón Luis, Joseph Xacomal, con
los más que se vieren hallado presentes”.
En esta lista no aparecen nombres de mujeres aunque sabemos que a la par
con estos cabecillas, estaban también varias mujeres en la cárcel, sin olvidar a
una pobre golpeada, muy seriamente dañada por los golpes del vicario, que no
solamente tuvo amenaza de aborto sino que estuvo también en peligro de muerte.
Existe muy claramente el deseo claro del cura de Coatepec de silenciar el caso
de esta mujer golpeada ya que no puede ignorar su suerte, porque la mujer fue
confesada y oleada en los días siguientes por su vicario.
Concluye
el sacerdote su denuncia, expresando su convicción de que el Alcalde Mayor debería
tomar inmediatamente partido con firmeza en el asunto, aceptando sin ninguna
duda su testimonio, y por lo tanto exige “que sean los cabecillas, así hombres
como mujeres, los mande asegurar con un par de grillos en esa cárcel de Xalapa”.
Como
el Alcalde Mayor está enfermo y ausente, se comisiona al teniente de justicia
de Xalapa, Don Pedro Garrindo Palomino, para que se dirija a averiguar eventos
tan dramáticos como “sublevación y conspiración de los indios e indias del
pueblo de Xicochimalco, para averigüe y pase a dicho Xicochimalco y plena información
de los testigos que el sr. exhortante refiere de los mas que puedan instruir
con toda verosimilitud el hecho y origen”.
Frente
a esa primera fase de la averiguación, el cura de Coatepec procura una nueva versión
más amplia de lo ocurrido. Insiste en la justificación de su vicario y en
cierto modo intenta disculpar sus métodos violentos. Parece decir que frente a
indios e indias reacias y poco instruidas en la doctrina cristiana, les habían
ordenado que “para su instrucción concurrieran unos y otros a la doctrina los
domingos antes de la misa”, juntándose con los muchachos y muchachas que
recibían la instrucción religiosa en ese momento.
Pero
asegura el sacerdote, que estos, indios e indias, no hicieron caso al vicario
teniendo poco aprecio de estos mandamientos, los hombres quedándose tercamente
en el atrio platicando. Es por eso que el
vicario ordenó, según su superior, que entraran a la iglesia a rezar “por voz de un fiscal”. Pero como “no hacían
caso salió y quitándole a el fiscal la vara, a el indio que primero se hallo
(que aserto a ser forastero) le dio con ella un palo”. Pero esta vez, en ese
nuevo relato más completo de lo ocurrido, el cura de Coatepec tiene que
confesar, por primera vez, que “entrando a la Iglesia con la misma vara fue
empujando a las mujeres para que subieran a el paraje que les tenia destinado
para que no se quedaran interpoladas con los hombres”. Esto provocó, según él,
que “levantaran gritos y se atumultuaron
unos y otras cerrando la puerta de la iglesia para que no diera misa la que por
fin se dijo después que la gente de razón liberto al Padre de las indias que le
tenían arrinconado en la capilla de la virgen de Guadalupe y contenido el
tumulto, mas no por eso quisieron asistir a la misa y fueron unos ocho por
todos, se fueron a las casas reales en donde hasta las 3 de la tarde se
quedaron.... hasta que descubiertos los cabecillas los argeñara en la cárcel de Xalapa....”
Aprovecha
el cura para reiterar en su acusación, que este pueblo era de “levantiscos
porque en otras tres ocasiones se han conspirado contra otros ministros”. Y si eran
tan altaneros con sus superiores, pretende el autor, era por “el motivo de
tener inmediata una Montaña casi inaccesible junto y luego que se quieren corregir se retiran a
ella en donde viven y mueren como brutos, porque según se me ha dicho, Indios
hay en ella sin bautizar...”.
Así,
Don Diego Xavier pretende que los
xiqueños no eran sólo gente reacia, sino que ponían en peligro la paz de toda
la región ya que existía al norte de dicho pueblo, en dirección del Cofre de
Perote, una región mal controlada y poco poblada donde, según las
circunstancias, los pueblos alzados podrían refugiarse y despreciar el poder
del rey y de Dios. Por lo tanto, pide una férrea empresa de limpieza definitiva
de esos espacios que pertenecían aún al demonio y que fuera “el alcalde mayor
con una escolta de soldados para dicha montaña a destruir la habitación y
reducirlos a que vivan cristianamente”. Esa acción radical quitaría lo altanero
a estas indias e indios ya que no tendrían lugar de refugio para escapar de su
merecido castigo.
Durante
este tiempo ya estaban presos en Xalapa varias xiqueñas y xiqueños. El 5 de
junio, dos meses después, empiezan sus interrogatorios. Recordemos que en aquella
época los prisioneros no eran generalmente alimentados por el encargado de la
cárcel, sino que eran las comunidades y las familias de los presos quienes tenían
que encargarse de su alimentación y otras necesidades. Es decir, que para el
conjunto de la comunidad de Xico, ese proceso fue muy oneroso ya que también hubo
muchos gastos de papeleo, debido a que cada hoja debía pagar un impuesto, además
del sueldo del escribano, del abogado, sin olvidar probablemente diversos
regalitos y propinas que habría que saber dispensar a las personas adecuadas
para que recibieran sus documentos y aceleraran el proceso.
Comparecieron
ese día “Don Sebastián Gobernador pasado de el Pueblo de Santa Ma. Magdalena de
Xicochimalco, Lorenzo Poncio, Juan Domingo, Pedro Maldonado, Pedro Fistol, Francisco
Gerónimo, Lázaro de la Cruz y Miguel Chimal, todos naturales tributarios y
originarios de dicho pueblo, presos en esta cárcel publica por mandato del Señor
licenciado Don Diego Xavier de Obregón, cura, sobre el atentado cometido en
dicho pueblo el 8 de abril pasado de este año”.
El
6 de junio compareció “Sebastián Fabián, Gobernador pasado del pueblo de Xico”,
de donde es natural y vecino. Su versión de los hechos empieza a proponer otros
derroteros sobre la naturaleza del conflicto con el vicario. Es una primera relación sintética de lo
ocurrido y la razón inmediata del conflicto: “dice que el domingo pasado yendo
el vicario a entrar en la iglesia de Xico estaba el que declara con el gobernador
actual y demás oficiales de república de dicho pueblo, hablando sobre su
cabildo que había echo para elegir Maestro de escuela en el atrio de dicha su
iglesia, por cuanto el que tienen esta puesto por el Sr. Alcalde mayor de este
pueblo, y dicho Lic. Don Félix Xavier quiere poner otro que ellos no gustaban
fuese tal maestro y que permaneciese el que tienen”.
Como
lo sabremos por futuros interrogatorios,
ese domingo funesto, las autoridades del pueblo actuales y pasadas, así como
otras personas, hombres y mujeres, estaban comentando en el atrio la decisión
que el cabildo indígena de Xico acababa de tomar el día anterior sobre la
cuestión del maestro para la escuela del pueblo. Estaban probablemente
temerosos de la posible reacción del vicario, y tenían razón, porque éste no lograba
digerir, para nada, esa decisión, ya que quería imponer a toda costa como
maestro a un familiar suyo. Y fue por eso que al ver a las autoridades y la
comunidad discutiendo en el atrio, arrancó el dicho palo a uno de los fiscales,
cuenta el testigo, y “empezó a dar de palos a los que encontraba, entrándose en
la iglesia haciendo el mismo castigo
dentro de ella a las indias quienes alzando la voz se decían unas a las
otras, por qué el padre nos da de palos estando nosotras rezando, y el santísimo
manifiesto”[16].
Interrogado
don Sebastián sobre la razón del por qué
se “atumultuaron” e hicieron arrinconar al vicario en la capilla de nuestra
señora de Guadalupe, hasta que llegó el vecindario de razón a defenderlo,
respondió “que por el motivo de los palos, sin saber porque motivo se pusieron
a su lado todo el vecindario de razón...”. Tampoco sabe quién cerró la puerta
de la iglesia.
El
funcionario en su “inquisición” toma muy en serio lo que pretende el cura de
Coatepec sobre las amenazas de futuros levantamientos sangrientos, y pregunta
al testigo por qué se fueron todos a las Casas Reales y “se mantuvieron ahí
formando cabildos”, un encerrón que puede parecer amenaza de futuros motines.
El testigo responde que no puede decir nada sobre esas amenazas, ya que él no
fue a ese lugar. Lo que sí sabe es que el Gobernador actual y sus oficiales se
fueron a esas Casas Reales ya que “son
inmediatas a dicha iglesia”, pero con la finalidad de escribir “como lo hicieron al Sr. cura de
Coatepeque, y a los sr. Alcalde Mayor de este pueblo (Xalapa) de lo que había
sucedido”. En cuanto a la preparación de futuros levantamientos, respondió que “no
ha oído decir nada, ni a indios ni a indias”. Como tampoco “no sabe ni ha oído
decir” sobre estos supuestos antiguos tumultos “contra su ministro eclesiástico
y Teniente del partido” que menciona el cura de Coatepec.
Además, añade, que esa “novedad” ha dejado a
todos muy atemorizados, ya que se dieron cuenta de la probabilidad de algún
castigo por haber dejado de oír misa. Termina su declaración diciendo que
ignoran realmente el delito que hayan cometido “los demás hijos e hijas de su
pueblo”, pero que se rinden de antemano
y “humildemente pide perdón así por si, como por todo el Pueblo, así ha dicho
al sr. cura como al sr. vicario, implorando la benignidad del juez”.
Es
en el interrogatorio de Lorenzo Poncio que aparece por fin la infeliz golpeada ya
que era su ahijada, que estuvo próxima a malparir y llegó al extremo de que
tuvo que recibir los santos oleos.
Otro
natural de Xico, Juan Domingo, “casado, de 30 años, indio tributario” es un
poco más explícito y está consciente de que está “preso porque habían echo
Cabildo sin licencia y permiso”. Explica que no se trataba de “irrespecto”
hacia el padre vicario sino por causa de la elección del maestro de escuela,
pero que fue el dicho vicario el que se puso furioso de esa elección, por lo
que los echó diciendo “que él se vería con ellos por haberle faltado a su
respecto”. En cuanto al alboroto y las amenazas, él no sabe nada ya que no
estaba en el atrio sino que ya se había metido a la iglesia para orar y sólo puede decir que “vio entrar al vicario
con el palo del fiscal dando de palos y que allí se paró y corrigió al
Gobernador porque no entraban a rezar y de allí se fue el vicario para el
altar dando de palos a todas las
indias...”
La
confesión del alcalde en turno del pueblo, Pedro de la Cruz Maldonado, casado,
46 años, explica mejor lo que pudo haber
ocurrido: dice que el cabildo fue llamado por el vicario porque había recibido una
carta del cura de Coatepec en la cual “se quejaba de ellos por un cabildo” ya
realizado. Éste, considerando el cabildo como la autoridad local de Xico,
justifica esa reunión, no como un desprecio hacia el vicario, sino que se
habían reunido “por mandado del Teniente de la Real Justicia según orden que
había dado el Sr. Alcalde Mayor para que lo hiciesen a fin de elegir Maestro de
escuela, por haberles propuesto uno el Alcalde Mayor y otro el sr. Vicario”. En
ese cabildo, confirman que decidieron que era más conveniente “admitir el que
el Sr. Alcalde Mayor les había mandado”. Tanto más que el postulado por el
vicario no tenía aparentemente experiencia.
Es
por ese motivo que “fueron llamados el día domingo a las 9 o 10 del día que no
se había celebrado la Misa, a la Casa del vicario”. Éste les increpó y les
reprochó por haberse reunido en cabildo, sin él, y de haber tomado esa
decisión, lo que él consideraba como una falta de respeto. Arrojó enojado la
carta del cura de Coatepec y dijo “que se vería con nosotros, saliéndose todos
de las Casas de Curato se retiraron al Patio de ella donde se estuvieron un
rato”. Es evidente que ahí estuvieron comentando lo que estaba ocurriendo con
otros miembros de la comunidad y antiguas autoridades.
El
vicario, él, estaba fuera de sí y desde el fin de la reunión en su casa, manifestó
su ira “Y saliendo desde su casa dicho padre tomó a un Topil de la Iglesia el
palo que traía para venir amagando a unos 6 o 7 hijos que estaban parados,
hasta que los tiró con él”. Viendo este acceso de violencia, a la puerta de la
iglesia, todos “les hicieron lugar para que el vicario cruzara para entrar
dentro”. Pero la ira del vicario iba creciendo y “tomó al fiscal la vara, y
dando de palos a un Alcalde pasado del pueblo, siguió dando a otro de Ixhuacán
que estaba hincado dentro de la iglesia y parándose el padre allí dijo al
gobernador que no cumplían con su obligación que sabría o haría castigarlos”.
No
solamente golpeó sino que amenazó con terribles castigos futuros ya que, según
ese testigo, dijo que los castigaría “tendiéndolos en el suelo y desollándolos
con azotes, y después seguiría con todos los del pueblo”. Y metiendo sus
acciones en acuerdo con sus palabras, de un lado a otro iba dando de palos a
las indias “que estaban hincadas rezando la doctrina y al sumo sacramento”.
No
era la primera vez que ese vicario ejercía violencia contra sus feligreses. El
fiscal actual contó “que este mismo
Padre en las ocasiones que las indias e indios han ido a comulgar… les ha dado de gaznatones y golpes en la cabeza con
el vaso de las formas teniendo en la mano”.
A
su vez, Pedro Maldonado confirma que vio cuando el cura daba de palos, e
incluso vio al vicario mirar a la cara al gobernador y decirle “que eran todos
unos Perros y los había de matar a azotes” y que después, iracundo, “se fue para
el altar dando de golpes a todas las indias, que arrolló a unas indias, que el
Padre mataba a una de ellas que estaba preñada...”
Los
interrogatorios de Francisco Gerónimo, gobernador pasado de dicho pueblo, confirman
la versión de los xiqueños y sobre todo insiste, éste, en el miedo de todos a
posibles represalias, de ahí el apresuramiento a escribir a las autoridades
sobre lo ocurrido, añadiendo que de una vez en esas correspondencias solicitaban
“que les mandaran otro padre para que les dijera misa”.
Los
testimonios de Lázaro Cruz, de 30 años,
Miguel Ángel Chimal, de 20 y Manuel de la Cruz, de 35, no aportan nuevos
elementos. Sino que reiteran, que no hubo conciliábulo ni ninguna confabulación
del pueblo contra el vicario antes de la misa, sino un simple comentario colectivo
de lo que estaba ocurriendo, y que fue la violencia desmedida del vicario lo
que provocó el supuesto “tumulto”. El dicho Manuel de la Cruz terminando su
“confesión” insistiendo sobre la violencia verbal del vicario y sus amenazas, “y oyó que dijo al gobernador en voz alta que
lo haría tender en el suelo y lo desollaría a azotes pues no sabia dar buena
doctrina a sus hijos...”
Testimonio de las mujeres presas
El
primer testimonio es el de Nicolasa María, casada con Francisco Gerónimo, de 71
años. Esa venerable anciana cuenta que ella “se encontraba rezando en la
iglesia, después de haber oído la doctrina de su doctrinero”, como lo había
ordenado el vicario y que se preparaba para oír la misa “cuando vio al padre
entrar dando de palos”.
Otra
anciana en la cárcel es María Jerónima, de 70 años de edad. Testimonia que cuando
vio que el padre estaba “dando de palos también a las indias” procuró escapar de
una posible paliza, arrastrándose, lo que tuvo como consecuencia que incluso perdiera
su rebozo. Pero si llegó hasta el altar de las ánimas fue porque vio que él estaba
dando de palos a una nuera suya, “la cual vio tan maltratada que cogiéndole de
la mano la saco de la iglesia y la llevó a su casa”. La mujer se puso mal y
“quiso mal parir”. María Jerónima le administró unos remedios caseros y se
alivió un poco pero “al otro día Lunes estando muy a peligro de abortar fueron
a llamar a dicho padre vicario quien la confesó dicho día”. Como esa mujer no se
aliviaba, al día siguiente el vicario la oleó y el miércoles, empeorando su
estado, “por estar casi muerta le dio el viático”. Por suerte, hasta en cierto punto,
la mujer no se murió pero siguió aún “padeciendo hasta el día de hoy”.
El
16 de junio de 1764, se siguen retomando las “confesiones” de las indias frente
al notario comisionado para recoger sus testimonios, están presentes también el
defensor y el intérprete, “nombrado por el Alguacil mayor interino”. Estos
testimonios de las mujeres fueron recogidos
con la misma solemnidad que los de los indios presos. Todas pronunciaron el
clásico juramento de decir verdad. La primera en declarar ese día fue Juana
María, de 60 años, esposa de Santiago, alcalde pasado del pueblo de Xico. A la
clásica cuestión inquisitiva de si sabe por qué está presa, responde que no
sabe pero “infiere que a pedimento del Padre Vicario de su pueblo”.
Las
preguntas que se les hicieron muestran el interés principal de sus interrogadores:
saber si el “tumulto” fue premeditado y si es indicio de futuros levantamientos
en el pueblo. Retomando la versión del vicario, le preguntan si sabe “por qué
el domingo 8 de abril de este año, yendo el Padre Vicario Don Félix Xavier
Pérez a decir misa a su pueblo, encontrando a todos los indios parlando en el
Atrio los reprehendió porque no rezaban la doctrina como les tenía preceptuado”
y, segunda parte de la acusación del sacerdote contra sus feligreses, porqué
habían “arrinconado al Padre vicario en la capilla de Guadalupe hasta que llegó
el vecindario de razón a favorecerlo”. La respuesta de la mujer fue clara, ella
estaba en la iglesia “rezando la doctrina, después del rosario” como lo había ordenado el vicario. Fue cuando le
llamó la atención el ruido y los gritos en el atrio y “vio entrar al Padre
vicario por la puerta mayor y vio que
quitó al Fiscal la vara de la mano y empezó a dar de palos a los indios de una
y otra parte”. Asustada, ya que el padre “llegó a donde estaba hincada la que
declara con las demás indias” y como seguía dando de palos, “se pusieron todas
en pie” y vio que el padre “se entró en el altar de Nuestra Señora de
Guadalupe”. Pero la declarante dijo no haber visto más, ya que asustadísima se
fue para su casa, y por lo tanto, no puede confirmar la actuación de la “gente
de razón”, ni sabe si se dio misa, ni si se cerró o no la puerta para impedirlo.
En resumen, “dijo que no oyó ni vio nada”. Sobre las reuniones en las Casas
Reales “donde se mantuvieron formando Cabildos y haber proferido que en otra
ocasión habría efusión de sangre respondió que no sabe otra cosa mas”. Sólo
puede decir que en su casa alguien mencionó que habían “escrito lo acaecido al
cura y al alcalde mayor”. Tampoco pudo responder a la pregunta de si había ya
ocurrido que el pueblo se haya atumultuado “con los Ministros eclesiásticos y
de la real justicia”.
Tampoco
Dominga María, casada, de 40 años de edad, tiene idea de por qué está presa aunque
supone, como todos, que será por las quejas de su vicario. También ella cuenta
que ese domingo de Lázaro, estaba rezando la doctrina después del rosario, y
que vio “entrar al Padre vicario por la puerta y que quitando al Fiscal la vara
dio de palos a unos indios de Ixhuacan y entrándose hasta el medio de la
iglesia donde estaban las indias vio dar de palos a unas indias y entre ellas a
una nieta que estaba encinta”. Cuenta también el calvario de esa desdichada
mujer, confesada, oleada y ungida ya que parecía que iba a morir.
Rememorando
los hechos, se acuerda del “alboroto que causaron los palos” ya que todas y todos se pusieron de pie y “alzaron la voz
en común diciendo qué motivo tendrá el Padre para darles aquellos palos, no
hallaban ser regular que antes de que dijera la misa los castigara de aquel
modo”.
Si
hacemos caso a esa reflexión podemos hacer la hipótesis de que ese vicario era
muy aficionado a los palos. El testimonio de esa señora parece manifestar su
asombro de que incluso antes de misa ese sacerdote utilizara semejantes métodos.
Lo que quiere decir que sí los utilizaba de manera ordinaria. Evidentemente esa
actuación en la propia iglesia colmó la paciencia de los feligreses y por eso muchos
oyeron que se empezaba a discutir la posibilidad de buscar otro padre que les
diera misa, lo que efectivamente fue una de las demandas contenidas en la carta
al cura de Coatepec. Pero a todo lo demás responderá que no sabe nada.
María
de la Encarnación, casada, de 54 años de edad, no se hace ilusión y sabe muy
bien que “esta presa por unos palos que dio dentro de la iglesia el Padre
Vicario”. Cuenta que ella estaba rezando el rosario y viendo que no llegaba el
vicario para decir misa, se pusieron a rezar la doctrina. Y fue en ese momento
que oyeron, ella y sus compañeras, “el ruido que causó el Padre con los
indios”.
Declara
llanamente que “vio al Padre con los indios y vio al padre con la vara del
fiscal en la mano, que iba entrando” y
que también “vio que dio de palos a dos indias que están junto a la que
declara, aunque a ella no le dio”. Asustadas y escandalizadas, todas se
pusieron de pie “violentamente” y fue en este momento “que oyó que dijeron espantadas, que no parecería bien que
este Padre que les había dado de palos les dijera Misa y que se buscase otro
que se las dijera”. Asustada por “tantísimo alboroto” no vio más y se fue para
su casa, ella y muchas otras “de miedo de que el padre les volviera a castigar”,
tanto más que ella cargaba “una criatura de año y meses que estaba dando de
gritos”.
Intervención del defensor de los
indios e indias
El
4 de julio, Don Lucas Barradas, vecino de Xalapa, abogado nombrado “para
defensa de los Indios e indias naturales y tributarios del Pueblo de
Xicochimalco de la Doctrina de Coatepeque, presos unos y otras en las cárceles
públicas de esta Cabeza a pedimento del señor cura de Coatepeque y su
teniente”, entrega su reporte a Don José Suárez, cura y juez eclesiástico de
Xalapa. Ese defensor empieza por negar “el titulo de tumulto” a lo que ocurrió
ese domingo 8 de abril en Xico. Se basa en los documentos que tiene en su
posesión y particularmente en las “confesiones” de los “presos y embargados”
que defiende, así como en las declaraciones y acusaciones hechos por los
eclesiásticos de Coatepec y los testigos propuestos por éstos que niegan o “se
olvidan” mencionar que el vicario hubiera dado de palos, faltando evidentemente
a la “sagrada religión del juramento”.
Su
argumentación se inscribe en una reflexión de sentido común: se le “hace
increíble que habiendo estado todos presentes a favorecer a el padre como se
asienta expresamente, todos callen el motivo y ocultan el haber dado de palos”.
Incluso, más claro, el único testigo que confirma haber visto al padre con un
palo en la mano, ya que estaba con él en la iglesia, pretende que no lo vio golpear
a nadie sino “que solo observó al padre con el palo que
amagaba a los indios”. El defensor sacó la conclusión lógica: “infiero
yo que este amago fue el echo de los apaleos y por lo que mis partes indios e
indias se levantaron”.
Señala
también las ambigüedades de otro testigo de la parte acusatoria, que no nombra,
que produjo un testimonio sesgado e incompleto porque si bien menciona que “el
padre entró apartando a un lado y a otro a indios e indias”, no cuenta si dicha
separación “la seguía haciendo con el palo en las manos”.
Silenciando
la violencia de la actuación del vicario, sus “testigos”, hicieron parecer a
los indios e indias como gente rebelde, concluye así que estos “maliciosamente
ocultaban la verdad”, añadiendo que si esos testimonios estaban incompletos,
fue porque sus interrogatorios no estuvieron realizados conforme a justicia.
Otro
testigo de la “gente de razón”, Agustín Briones, propone incluso una imagen más
sentimental del incidente y declara que “cuando entro en la iglesia halló al
padre junto al altar de Guadalupe y una india abrazada con él llorando”, lo que
nos permitió tener el comentario burlón del abogado: “Buen tumulto de infelices
indias, que lloran con su Padre Vicario…”
La
conclusión del defensor es categórica, “de no haber sido sublevación como
cavilan, sino un sentimiento bien fundado de un atentado”, ya que no pueden
acusar a las indias apaleadas de no querer rezar doctrina porque la estaban
rezando, así como el rosario, sin “la autoridad de los Palos”. Tampoco el
argumento de que la violencia nació porque “estaban mezclados indios e indias”
era verosímil ya que todo el mundo sabe que “la separación es costumbre muy
antiguada en sus iglesias”.
Los
testigos de la parte acusadora tampoco “observaron desacato alguno” en cuanto al
respecto del Padre, no solo con hechos ni siquiera “en palabras”. Lo que no les
impide, hace notar el abogado, incriminar a los acusados de algo que ni
remotamente les pasó por la cabeza. Al abogado
le extraña la unanimidad de los testimonios de los acusadores ya que acusan
“todos a una voz”, repitiendo las mismas palabras. Además de que pretenden que los
acusados, sí habían proclamado claramente que “en otra habría efusión de
sangre”, aunque no pudieron precisar quién lo dijo. El abogado concluye que le
parece que estos testimonios son mentirosos y parte de una acusación preparada
de antemano por la jerarquía coatepecana. En suma, retomaron en coro las
acusaciones del cura de Coatepec. Pero la lectura aguda que hizo el abogado de
las acusaciones, le permitió convencerse de que fue al contrario, alguien de
entre la “gente de razón”, el que hizo probablemente esa reflexión, sin que pudiera
esclarecer claramente quién pudiera haber dicho eso.
En
resumen, el abogado constató que el testimonio de los acusadores estaba
incompleto y nada imparcial y de ello, lo declara firmemente, “la culpa es del
juez” ya que finalmente, por su mala actuación, “los testigos responden lo que se les pregunta
y lo que no, lo callan, en daño conocido de terceros”.
Incluso
el abogado va mucho más lejos y nos parece, es nuestra lectura del documento,
que acusa al vicario de abusos diversos, de ser un déspota, violento y
acaparador. Evidentemente lo hace de manera velada pero muy intencional,
hablando de esos vicarios que “maquinan para estropearlos”, intentando sacar
todo lo que pueden a los pueblos, hasta el zacate, aunque no tuvieran más ni
para cubrir sus casas[17].
También se refiere a esos supuestos señores vicarios que imponían a sus
feligreses “la renta” de parcelas de las mejores tierras y a quienes exigían
además que contribuyeran con la entrega de pasto suplementario para sus animales
y todo tipo de servicios gratuitos que fuera necesitando para su granja propia.
No había duda, para él, por lo tanto, de la abusiva actuación en los pueblos de
indios de tales vicarios y particularmente de ese vicario iracundo y violento.
En
cuanto a la reputación de “tumultuosos”
de sus defendidos, la acusación más grave finalmente, que difundió la parte acusatoria haciéndose el
eco de antiguas sublevaciones contra el vicario Don Luis de la Fuente, el
abogado la rebajó a una simple “altercación sobre las antiguas costumbres” ya
que ese vicario, otra vez por su propia autoridad, quería imponer reformas cuando
sabía muy bien que todo cambio en ese pueblo, siempre se decidía de manera
colectiva.
El
abogado lleva paulatinamente a su lector hacia el meollo de su defensa: destruir
la validez de la acusación, haciéndose el eco de la reputación ambigua del
vicario ya que es “notoriedad de voces…la conocida Pasión del Presente Padre
Vicario”. Era bien conocida su voluntad de imponer a toda costa como “maestro
de escuela a un sobrino suyo contra el dictamen y aprobación del señor Alcalde Mayor
quien tiene puesto otro”. Es esta voluntad la que provocó que se reunieran en
cabildo las autoridades del pueblo “el día antes de este acaecimiento y todos
de acuerdo deseando complacer a su alcalde mayor”, como deben hacerlo los
fieles sujetos del rey, ya que el Alcalde Mayor es su representante. Y
finalmente, concluye el abogado, que “de aquí procedió el enojo” de aquel vicario,
ya que no encontró en los documentos del
proceso “otra causa para el hecho de los Palos, que todos así lo confirmaron”.
La
violencia de “la pasión” del padre se nota en todas las deposiciones de los
acusados e incluso el abogado declara “clara y distintamente no haber otro
motivo para la indignación del Padre que el cabildo que se hizo la tarde antes
del que llaman tumulto”. Y si éste los amenazó con represalias futuras, éstas
no tardaron en llegar, “fueron los Palos con que experimentaron la realidad de
lo que les prometió”.
Por
otra parte se acusa a “mis partes”, dice el abogado, de haber tenido cabildo
por el negocio del maestro, como lo hacen para otros asuntos importantes “a
beneficio de su República”. Pero eso no debe extrañarnos ya que es innegable
que “entre los indios cuanto emprenden, no lo ejecutan, sin consultarlo primero
entre ellos mismos, por lo que les es permisible este Acto de Cabildos y más,
para el de que se trata para el que les concedió su venia el señor Alcalde
Mayor”.
Finalmente,
en cuanto a la idea de que fueron la “gente de razón” quienes impidieron que el
conato de “tumulto” llegará a más y pudiera peligrar en algo el vicario, el
abogado estalló en una clara burla: cómo era posible que unas cuantas “gentes
de razón” pudieran haber contenido “cerca de un mil individuos” en pleno
tumulto. El testimonio de éstos es muy claro para el abogado, se trata de una
mentira: “ocho o diez hombres de razón” no podían amagar un supuesto “tumulto” y de ahí concluyó que los acusadores
“manifiestan clara y expresamente su parcialidad”.
Lentitud de la justicia
colonial
Después
de haber leído una copia de este expediente y empaparse del caso, el 9 de julio
de 1764 Don Manuel Ignacio de Gorospe, juez provincial y vicario general del
Obispo de Puebla, firma un documento salomónico ya que los reos pidieron perdón
y misericordia y admitieron como justa la prisión que habían padecido. Por lo
tanto pide que éstos “Salgan luego de ella apercibidos que se porten en
adelante con el respecto y reverencia debida a sus Párrocos”. En cuanto al
vicario “que dio motivo con los palos que dio alboroto de los indios, se le
notifique se porte con ellos con mas blandura y amor para que le amen y
respeten”. Porque le recuerda el prelado, “que es muy mal proceder conseguir el
desprecio y la ira de los que debe amparar y doctrinar”.
Todo
parecería resolverse felizmente para las indias e indios de Xico pero otro
documento de su defensor fechado el 8 de agosto de 1764, nos demuestra todavía
que éste “pide clemencia” a las autoridades competentes en nombre de estos
“pobres desvalidos” que siguen en la cárcel. Intenta tocar el corazón paternal
de dichas autoridades recordando la situación de “tantas familias desamparadas,
tantas doncellas sin padres ni madres por hallarse presos y tantos huidos en
ajenas doctrinas temerosos del castigo” y espera que pronto “se le den prisa al
asunto” y se libere, por fin, a sus defendidos en la cárcel desde hace más de 4
meses.
Epílogo
Más
allá del enfrentamiento con un vicario prepotente e iracundo, ese expediente
nos muestra en acción la unidad profunda de indias e indios con sus autoridades
y el funcionamiento colectivo de la toma de decisiones. Es un hecho que el
tamaño de la comunidad en aquella época, un poco más de 1000 personas, unida
por los lazos familiares y compadrazgo permitía esa compenetración de todos con
todos, vemos cómo las antiguas
autoridades trabajaban en conjunto con las nuevas, cómo las mujeres participaban
en esa toma de palabra de la comunidad a tal punto que ellas también sufren la
cárcel.
Sorprende
también, más allá de los documentos de nuestro expediente, la tenacidad y empeño de ésa comunidad que durante casi dos
siglos luchó, de manera pacífica, para reconquistar tierras que consideraba
suyas. Es interesante ver cómo logran asimilar todos los recovecos y laberintos
de los procedimientos judiciales coloniales, y posteriores, que si bien a veces
se presentan como “pobres” y “miserables”, esto no les impedía saber gastar cuando se necesitara, sumas importantes para
una pequeña comunidad, como cuando esperaban cambiar títulos oficiales de
propiedad por dinero, o cuando ofrecieron una suma importante para los gastos
de la construcción de la catedral de Puebla de la cual dependían. Analizar ese
expediente también nos ha iniciado en las relaciones ambiguas y complicadas de
los sacerdotes con sus feligreses, ya que recordemos que los recursos a los
cuales pueden pretender para vivir estos vicarios, son muy escasos, y por lo
tanto fatalmente tienen que presionar lo más posible a sus fieles. Por otra
parte, estos vicarios no están solos, tienen familia, hermanos, sobrinos, la
decisión de entrar en el clero no es generalmente una decisión individual sino
más bien de todo un grupo familiar que espera del religioso recursos
financieros e influencia para el crecimiento del conjunto familiar. Es por eso
que el vicario se empeña en imponer a su sobrino porque ése presente como
maestro en Xico, es una paga asegurada, pero también una ayuda preciosa para
todos los otros negocios de dicho vicario por la importancia estratégica de ese
puesto.
Finalmente
vimos en nuestro expediente cómo ése proceso remontó hasta la sede episcopal,
lo que obligó al obispado a conocer de manera clara las relaciones entre el
curato de Coatepec y la República de Indias e Indios de Xicochimalco y se puede
considerar que a lo mejor ese conflicto fue un paso importante en la
independización de Xico del control de Coatepec, ya que en 1772 Don Francisco
Fabián y Fuero, obispo de Puebla, estableció la parroquia de “Santa María
Magdalena de Xicochimalco”.
[1]
Guy Rozat, Prácticas
alimentarias y vida cotidiana de las mujeres en Xalapa a fines del siglo XVIII
en Mujeres en Veracruz. Fragmentos de una
Historia. Tomo I, Fernanda Núñez Becerra y Rosa María Spinoso Arcocha
(coord.), Gobierno del Estado de Veracruz, Xalapa, 2008.
[2]
Eric Van Young en su libro La otra rebelión. La lucha por la
independencia de México, 1810-1821. F.C.E. México, 2006, pág. 114. Nos
cuenta que entre 1811 y 1814 “la proporción de mujeres indígenas involucradas
en delitos es extremadamente más alta pues suma 68% de todas las mujeres
arrestadas”. Aunque no puede especificar el tipo de delito cometido.
[3] Jean-Pierre Albert, Le sang et le ciel. Les saints mystiques
dans le monde chértien, Aubier, París, 1997
[4] La primera evangelización siendo
la de los franciscanos en el siglo XVI, la segunda correspondería al tipo de
evangelización promovida por los jesuitas en el siglo XVII y la tercera sería
la evangelización que acompaña la introducción de los valores de la primera
modernización “capitalista” promovida directamente por la Iglesia secular y el
Estado. Si bien el pueblo mexicano hoy se considera como cristiano, es muy
probable que una reflexión historiográfica sobre esa cristianización, mostraría
algunos elementos religiosos impuestos por esas diferentes capas de
evangelización. El fenómeno religioso también es un fenómeno histórico.
[5] De ahora en adelante nos
referiremos a ese pueblo con el nombre de Xico como es conocido actualmente ese
pueblo.
[6] Conformación regional de la Alcaldía Mayor de Xalapa y procesos
territoriales de sus pueblos de indios, 1700-1750. Tesis de Maestría de
Paulo César López Romero, COLMICH, Noviembre de 2010, pp. 161-171
[7] Muere el rey de España, Carlos
II, sin posteridad en 1700. Las casas reales francesa y austriaca reclaman para
uno de sus vástagos el derecho al trono español. Inglaterra y Holanda ven muy
mal que la Francia de Luis XIV, ya dominante en el continente, se uniera con
España y su imperio, volviéndose así hegemónica. La guerra duró hasta 1715 y se
desarrolló en muchos campos de batalla europeos. La destrucción en España fue
muy grande ya que degeneró en guerra civil y los ejércitos franceses invadieron
España. Es por eso que el tesoro español estuvo durante 15 años muy urgido de
recursos, pidiendo ayuda a sus colonias.
[8] Ibid, pág 164.
[9] Ibíd., Pág 168.
[10] Todavía a fines del siglo XVIII
y principios del XIX los abastecedores de carnes de Xalapa se preocupan por
rentar estos pastizales de San Marcos, que parecían ser un lugar imprescindible
para el acopio y el engorde de los ganados para el abasto de dicha villa.
[11] Gilberto Bermúdez Gorrochotegui, El mayorazgo de la Higuera, Universidad
Veracruzana, Xalapa, 1987. Particularmente el capítulo IV La decadencia y
disolución del mayorazgo pp. 103-153
[12] J. A. Villaseñor y
Sánchez, Theatro Americano, descripción
general de los reynos y provincias de la Nueva España, México, 1746, Libro
II, cap. 8. Cuenta que el “ingenio de Pacho, que era antiguamente populoso y
producia quantiosas porciones de azucar, pero hoy se halla desierto y arruinado
y solo hay en sus tierras dos o tres rancherias de pobres labradores”
[13] Ibíd., pág. 285
[14] Ver por ejemplo Jorge E. Traslosheros H. El tribunal eclesiástico y los indios en el arzobispado de México hasta 1630, en Historia Mexicana, año LI, no. 003, COLMEX, 2002, pp. 485-516, Gerardo Lara Cisneros, “La justicia eclesiástica ordinaria y los indios en la Nueva España borbónica: balance historiográfico y prospección”, Los indios ante los foros de justicia religiosa en la Hispanoamérica virreinal, de Jorge E. Traslosheros y Ana de Zaballa, México, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 2010. (Serie Historia General, 25).. William B. Taylor, Ministros de lo sagrado. Sacerdotes y feligreses en el México del siglo XVIII. Dos Volúmenes, COLMICH, 1999, México.
[15] Agradezco a la Dra. Fernanda
Núñez haberme comunicado la paleografía de lo que se podía rescatar de ese
documento, consultado en la época en que este archivo aún no había sido
clasificado.
[16]Insistiendo en ese detalle de la
presencia del Santísimo, indias e indios pretenden hacer notar lo realmente escandaloso
de la actuación del vicario que no solamente falta a su propio decoro sino que
en esa actuación comete un sacrilegio.
[17] En la región de Xico las casas estaban muchas veces cubiertas con un zacate muy resistente y muy común en la región: Muhlenbergia macroura o zacatón, cuyos tallos podían alcanzar 1.5 m. de altura y convenía perfectamente para la techura de casas y edificios. Pero también podían servir de alimento nutritivo para el ganado del vicario.
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