jueves, 8 de agosto de 2013

SOBRE UN SUPUESTO MOTÍN...

Indias e indios amotinados. Xicochimalco 1764 

(Texto publicado en el tomo III del libro "Mujeres en Veracruz. Fragmentos de una historia")

Dr. Guy Rozat Dupeyron
INAH, Xalapa, Veracruz
06/11/2012


Templo de la Magdalena, patrona del pueblo de Xico

Si bien en los archivos, y particularmente en los de los “jueces eclesiásticos” atados a cada parroquia importante, podemos ver a mujeres luchando por sus derechos personales o por la defensa de su honor, pocas veces aparecen como sujetos colectivos, como “las mujeres” de tal o tal comunidad.[1] Un sujeto colectivo que nos permitiría conocer el grado y las modalidades de la participación global de las mujeres en las luchas de sus comunidades. Aunque sabemos que en los motines urbanos, y particularmente en los motines generados por el hambre o el pan caro, fueron generalmente las mujeres las que estuvieron en el primer rango e incluso las más violentas[2]. Es claro que esa irrupción de la violencia femenina en estos casos parece, a los ojos de los testigos, “natural” porque las dificultades cotidianas para el abasto y alimento para sus familias pertenecen en propio a la esfera doméstica, un espacio que les es reconocido. En estos casos de tumultos, como en los generados por rumores en contra de sus familias, como la desaparición de infantes, se sienten golpeadas en el centro de su identidad, y sus maridos y compañeros que no las hubieran dejado participar en manifestaciones de carácter más “político”, las dejan actuar y las sostienen. Podemos pensar que fue la vida urbana y la división social del trabajo la que cristalizó en gran parte esa separación de roles entre hombres y mujeres en la Nueva España.
Por otro lado, en cuanto a una comunidad campesina, que es nuestro objeto de atención para este ensayo,  es evidente que si en la mayoría de estas comunidades agrarias de la Nueva España, mujeres y hombres pertenecían a estatutos genéricos diferenciados, esta situación no debe considerarse como el escenario de una cruenta guerra secular entre los sexos. Sin caer en el angelismo de pensar que pudo existir una cierta igualdad de género antes de la Conquista en ese mal conocido mundo de la vida cotidiana americana. Es probable que la diferencia marcada de estatuto social que se ha observado en los siglos XIX y XX,  e incluso hasta la actualidad en las comunidades indígenas, sea parte de la imposición de los valores culturales occidentales desde la conquista hispana.
La mujer, para la cultura religiosa monástica cristiana de los siglos XIV, XV y XVI, representaba a la mejor ayudante del demonio para sus empresas de perdición del pueblo cristiano. Ser inferior, salida de la costilla de Adán, criatura divina a pesar de todo, se olvidó del doble respeto que debía a Dios y a su “superior natural”, Adán, incitándolo a cometer el pecado original. Según el mito occidental cristiano, esa doble falta no podía ser redimida, y la mujer, siempre bajo sospecha, criminal empedernida, tendría que ser eternamente condenada tanto en espíritu como en su cuerpo. Recordemos por ejemplo, que para acceder al estatuto de Santa canonizada, muchas de esas mujeres propuestas a la piedad de los fieles durante siglos, fueron ejemplares, pero muchas veces por las terribles mortificaciones impuestas a sus cuerpos, único camino que podía llevarlas a pretender la regeneración y la santidad[3]. No es fácil entender en qué medida estas concepciones cristianas occidentales de negación y desvalorización de la mujer, y su  consecuencia más evidente: la culpabilización del placer sexual, penetró en los grupos indígenas en esa primera evangelización, o si no sería más bien durante lo que los especialistas llaman hoy, a veces, “la tercera evangelización”, que empezó en la segunda mitad del XVIII, que permitió que las antiguas relaciones genéricas fueran definitivamente perturbadas o aniquiladas[4]. Sin olvidar que fue a través de la alfabetización indígena, que sea en la lejana época de las primeras escuelas rurales parroquiales del siglo XVIII,  pero sobre todo en la alfabetización sistemática de los siglos XIX y XX, cuando se impusieron los modelos de dominación genéricos contemporáneos.
Si creímos que era necesario recordar algunos de estos antecedentes genéricos, fue porque para entender los documentos coloniales no solamente debemos pensarlos históricamente y entender la lógica del horizonte cultural–histórico de dónde provienen. Sino también reflexionar sobre el carácter histórico de nuestras propias categorías de análisis. Así, debemos considerar que si bien las mujeres de Xicochimalco[5] a mediados del siglo XVIII difieren mucho de sus antiguas genitoras, también difieren de esas descripciones de mujeres “indias” que nos ofrece la antropología mexicana clásica, enteramente dominadas y sometidas al poder absoluto de los varones. De igual manera, el carácter dominador y violento de sus compañeros indios, es probablemente la consecuencia de esta imposición de los valores  de identidad de género introducidos por la presencia occidental. No debemos olvidar que la historia de las comunidades campesinas novohispanas, “las Republicas de Indios”, es una historia compleja y contrastada. Si bien algunos autores pretenden hoy que lo esencial de las antiguas culturas americanas logró sobrevivir hasta la actualidad en las comunidades indígenas de México, como historiadores, no podemos admitir esa negación misma de la historia de esas comunidades y particularmente sobre las diferencias genéricas, presentes hoy, en dichos pueblos.
Para entender las luchas y los esfuerzos que esas comunidades emprendieron durante 3 siglos para sobrevivir como colectivo, tenemos que reintroducirnos en su  historia, desde el gran derrumbe demográfico consecutivo a las terribles epidemias de los siglos XVI y XVII, pero también considerar la revitalización profunda que animó a dichas comunidades a finales ya del XVII y particularmente en el siglo XVIII, y que a pesar del regreso de algunas pandemias brutales, logró sostener un poderoso movimiento de expansión demográfico. También para entender los documentos que existen sobre la larga historia de un pueblo como Xico desde la Conquista, debemos cuidarnos de sus estrategias retóricas, de cómo, de manera muy astuta, utilizaban los clásicos argumentos que la polémica religiosa y judicial ponía a su disposición para defender lo que consideraban como sus derechos.
En estos documentos, testimonios de  su proceso de reconstitución como entidad colectiva, se puede ver cómo, proyectándose en el futuro, tienden también a reinventarse un pasado, ya que fundan sobre él los derechos y beneficios que pretenden obtener. Si bien los derechos de los españoles, que se ostentaban como “legítimos”  propietarios de las grandes haciendas y habían monopolizado la tierra en la región, pueden ser considerados hoy, como resultados de un proceso de usurpación, generalmente, los textos “indígenas” coloniales no cuestionan esa fundación  sino que intentan reintroducirse en esa historia colonial que no han escogido pero que ahora es suya.  
Un pueblo en la historia
En los archivos mexicanos y extranjeros existen copias de esos pleitos que promovieron “los indios e indias de Xicochimalco” contra los terratenientes vecinos. Por ejemplo, desde 1687 éstos reclamaban a la administración virreinal la restitución de “sus” tierras y el restablecimiento de un pueblo que se llamó San Marcos, ya que pretendían que ese antiguo pueblo había estado sujeto a Xico[6]. En 1710, aprovechando el pedido de subsidio hecho en la Nueva España por el virrey para subsanar los gastos europeos de la Guerra de Sucesión[7],  la república de indios de Xico arma un nuevo expediente para intentar hacer valer, otra vez, lo que consideraba como sus derechos, ya que querían aprovechar la coyuntura sabiendo que contra ese subsidio hecho en oro a la corona, podrían obtener los títulos de propiedad que les faltaban para acreditar la posesión plena de los terrenos de San Marcos. Entregan 30 pesos de oro en 1710 (y otros 20 en 1716). Argumentando una posesión inmemorial, piden que los funcionarios virreinales fueran a inspeccionar dichos terrenos “para dejarlos en posesión provisional de las tierras solicitadas”[8]. Pero ciertos testigos convocados ponen en entredicho esa solicitud ya que reconocen que esas tierras de San Marcos pertenecían al Mayorazgo de la Higuera, la principal entidad territorial vecina. Los testigos de la República, al contrario, afirman que por lo menos desde hacía 20 años “los de Xico” habían cultivado “todas las tierras a su circunferencia”, y que si habían tenido algún litigio, era porque los ganados del Mayorazgo siempre invadieron sus sembradíos hasta que lograron posesionarse del lugar. A pesar de que estas averiguaciones parecen favorecer las demandas de “los de Xico”, en 1713 el apoderado del dueño del Mayorazgo interpone una apelación en la Real Audiencia de México, argumentando que los xiqueños y campesinos de otros pueblos, efectivamente habían cultivado ciertas parcelas de San Marcos, pero en tanto que eran subarrendadores del Mayorazgo y por lo tanto, pagando renta, reconocían al Mayorazgo como propietario. Un despacho virreinal ordenó la restitución de las tierras al Mayorazgo y ordenó también “a los labradores y trabajadores de San Marcos para que siguieran trabajando y pagando rentas al Mayorazgo y no tributaran a Xico”[9].  
Con el aumento paulatino de la población, y del consumo de carne en la región y particularmente en Xalapa, los potreros de San Marcos se vuelven muy codiciados, ya que la comarca, muy accidentada, disponía de muy pocos buenos pastos para acoger y engordar el ganado[10]. Al mismo tiempo, el propio Mayorazgo y las grandes propiedades de la región, que se habían dedicado al cultivo de la caña, estaban en plena decadencia[11], como los ingenios del Chico, el Grande, Pacho, etc.[12] Algunas de estas grandes propiedades se habían reconvertido a la engorda de cerdos o de ganado mayor, al cultivo de un poco de tabaco y a sembrar el tradicional maíz. Probablemente es frente a esa decadencia que la República de Indios de Xico intentara de nuevo reiniciar el litigio en 1752 pero que pierden otra vez en 1753.
Si hemos creído necesario recordar todos esos litigios que sostuvo la comunidad de Xico, fue para esbozar algo del paisaje de las disputas agrarias en el momento en el cual se sitúa el famoso “tumulto” de indias e indios de Xico que trataremos en este capítulo, y para mostrar la pugnacidad de ese pequeño grupo en la persecución de lo que consideró como sus derechos.
En 1746 Villaseñor y Sánchez consideró que ese “vecindario se compone de 343 familias de indios, 7 de españoles y 44 de mestizos y mulatos, no produce la tierra más fruto que maíz, y éste convierten en bizcocho, y de él se provén todos los arrieros, que es el principal bastimento en sus viajes”[13].         
Es evidente que para 1764, año de nuestro tumulto, el vecindario había crecido un poco, pero seguía mostrando una gran unidad, forjada por décadas de luchas contra las grandes entidades territoriales vecinas. Pero también esa pugnacidad les dio la fama de indios reacios o incluso “revoltosos”.

La República de Indias e Indios de Xicochimalco y su vicario
Para entender mejor lo que pudo ocurrir en Xico en esos días de 1764, faltaría ahora decir algo acerca de la relación entre esa comunidad, unida, y el personal religioso encargado de su formación y control de su vida cristiana y sus buenas costumbres.
Xico dependía del curato de Coatepec y por lo tanto, el vicario que los administraba espiritualmente era mandado por el cura de ese pueblo. No es aquí el lugar para extendernos sobre las relaciones entre la administración religiosa colonial y los feligreses, sino sólo podemos recordar que en virtud del patronato real acordado por el papado a los reyes católicos, la Iglesia se encargaba no solamente de la administración religiosa sino también tenía un poder de justicia sobre la vida política en los pueblos.  Fue al interior de este complejo cuadro que los curas y sus ayudantes, los vicarios, se inmiscuían no solamente en el control de las almas, sino en el control terrenal de los recursos. No sólo estaban interesados en los diezmos y los estipendios que pagaban los feligreses para los grandes momentos de su vida cristiana: bautizos, matrimonios, etc., sino que intentaban también controlar toda la vida económica comprando o rentando tierras, sembrando, criando ganados, etc. Y generalmente lograban su éxito económico a base de presiones y artimañas, valiéndose de su poder de policía y justicia sobre sus feligreses. Existen innumerables pleitos en los archivos que dan cuenta de los conflictos entre las Repúblicas de Indios y los abusos de sus curas y vicarios[14].
Un último elemento para pensar la situación en 1764 sería la visión del indio que desarrollaron ciertos sacerdotes de acuerdo con un sentimiento bastante compartido en toda la sociedad colonial novohispana, europeos y criollos confundidos. Éstos eran considerados como menores, con una capacidad de entendimiento racional muy reducida, lo que parece autorizar a algunos de estos sacerdotes a utilizar el garrote para hacerles entrar la doctrina, ya que “la letra con sangre entra”. En resumen, entre parroquianos y sus curas existía generalmente una gran distancia, sino es que un franco antagonismo, a pesar de los tímidos intentos de la jerarquía que pretendía más ilustración para su personal y que se dejaran de utilizar estos métodos violentos, sin realmente lograrlo, como lo veremos en el caso que nos ocupa.

El tumulto de Xico, pascuas de 1764
En un expediente, en muy mal estado por cierto, medio comido por los hongos, del archivo parroquial de Xalapa, se encuentra un conjunto de documentos que tratan de un “tumulto” en el cual “indios e indias” de Xico son acusados por el teniente del cura de Coatepec, responsable de su gobierno espiritual, de haberlo amenazado y de intentar prohibirle dar misa[15].
Ya dijimos que los “indios” de Xico tenían pública fama de indóciles y repelones en los siglos XVII y XVIII, y recordamos cómo la historiografía sobre la región se ha hecho el eco de las luchas de los habitantes de ese pueblo por la “reconquista” de las tierras de sus antepasados.  Pero en dicha historiografía no se menciona jamás la presencia de las mujeres en estas luchas de siglos, lo que vuelve interesante el expediente que analizaremos aquí ya que se menciona claramente esa presencia, al lado de sus compañeros, de las mujeres, consagrada por el hecho de que la represión llevó a varias de ellas a la cárcel de Xalapa a donde acompañaron a sus maridos y a sus “compañeros de lucha”.

Intento de reconstrucción de los hechos
La complejidad de las estructuras de poder religioso, judicial y político en la Colonia nos permite obtener un amplio conjunto de documentos sobre un mismo evento, ya que las diversas instancias de esos poderes tenían que respetar una serie de jerarquías administrativas  y por lo tanto, se debían elaborar un gran número de textos en los cuales cada instancia debía declarar su punto de vista sobre un problema.
El primer documento revisado aquí está fechado el día miércoles 11 de abril de 1764, y está firmado por el cura beneficiario de Coatepec, y destinado al Alcalde Mayor de Xalapa, Don Antonio Primo de Ribera, autoridad máxima en la región de la cual depende tanto Coatepec como Xico, Xalapa y varios pueblos. Ese representante del virrey es el encargado de la buena marcha política y de la paz pública en esta región.

La acusación
En este documento, Diego Xavier de Obregón, cura de Coatepec, informa al dicho Alcalde Mayor de un auténtico “tumulto” que supuestamente habría ocurrido el domingo precedente, 8 de abril cuando: “los Indios del Pueblo de Xicochimalco y sus indias se atumultuaron contra mi teniente el Licenciado Don. Félix Xavier Pérez”. Según ese eclesiástico, los revoltosos cerraron “la Iglesia para que no dijera misa”, y esto, bajo el pretexto, aparentemente insignificante según el autor,  de que dicho vicario había “dado a los Indios unos palos con la vara del fiscal para que entraran a la Iglesia a rezar como se los tenia mandado”.
Dicho vicario, tan ansioso de dar su misa, también había reprendido a las mujeres que se encontraban en el atrio “interpoladas con los hombres como se les tenía prevenido”, por eso ellas también, y esto lo sabremos después, recibieron sus dosis de palo. Es interesante notar que en esta primera versión del “tumulto”, las mujeres no aparezcan golpeadas sino solamente reacias a escuchar las órdenes del vicario que les prohibía mezclarse, bajo pena de castigo, con sus compañeros, hasta en el atrio de la iglesia.
El cura de Coatepec, para disculparse por tener un vicario dado al método coercitivo, pretende informar a la autoridad que finalmente si éste tuvo que utilizar la fuerza, no fue casi nada, solo unos cuantos palazos: “de cuyo castigo no se siguió efusión de sangre ni lastima de alguno”, pero insiste sí, en la existencia de un auténtico “tumulto”, una casi revuelta, que por suerte no paso a mayores ya que fue contenido por “la gente de razón”. Pero si el “tumulto” fue contenido, los infelices indios añadieron a su desobediencia y falta de respeto al representante de la iglesia, una ofensa mayor, parece pensar el sacerdote, ya que  “no quisieron asistir a la misa”.  Si bien el vicario finalmente dio su misa, fue sólo para 8 personas, únicamente con la asistencia de ésa “gente de razón” que había controlado, según su testimonio, el “tumulto”. Pero aquí, en esta denuncia tramposa, podemos ver a la comunidad en cuerpo, hombres y mujeres, desertando a la iglesia, señal de que dicho vicario había dado algo más que una corrección paternal a feligreses irrespetuosos de su persona y de sus deberes.
El testimonio del cura de Coatepec sobre lo ocurrido oscila entre el reporte de un incidente, aparentemente menor, minimizando la actuación de su vicario, y la acusación muy seria de que lo ocurrido constituyó un auténtico “tumulto”, casi una rebelión general, ya que afirma que después de que “la gente de razón” lo apaciguó, dichos revoltosos prometieron que “el venidero se verían las caras ya habría sangre de por medio”. Para fortalecer su acusación, recuerda además que en el pasado, en anteriores conflictos con sus vicarios, ya dicha gente de razón había también logrado contener estos brotes de rebeldía. Por lo tanto, ese eclesiástico se cree con el derecho de poder exigir que “los cabecillas Cruz Lázaro, Pedro Maldonado, Franco Gerónimo, Fistol Pedro” comparezcan frente a la justicia del Alcalde Mayor  ya que “va de muchas veces que se atumultúan contra las justicias seculares y eclesiásticas”. También exigió que comparecieran “Lázaro Luiz, Simón Luis, Joseph Xacomal, con los más que se vieren hallado presentes”.  En esta lista no aparecen nombres de mujeres aunque sabemos que a la par con estos cabecillas, estaban también varias mujeres en la cárcel, sin olvidar a una pobre golpeada, muy seriamente dañada por los golpes del vicario, que no solamente tuvo amenaza de aborto sino que estuvo también en peligro de muerte. Existe muy claramente el deseo claro del cura de Coatepec de silenciar el caso de esta mujer golpeada ya que no puede ignorar su suerte, porque la mujer fue confesada y oleada en los días siguientes por su vicario.
Concluye el sacerdote su denuncia, expresando su convicción de que el Alcalde Mayor debería tomar inmediatamente partido con firmeza en el asunto, aceptando sin ninguna duda su testimonio, y por lo tanto exige “que sean los cabecillas, así hombres como mujeres, los mande asegurar con un par de grillos en esa cárcel de Xalapa”.
Como el Alcalde Mayor está enfermo y ausente, se comisiona al teniente de justicia de Xalapa, Don Pedro Garrindo Palomino, para que se dirija a averiguar eventos tan dramáticos como “sublevación y conspiración de los indios e indias del pueblo de Xicochimalco, para averigüe y pase a dicho Xicochimalco y plena información de los testigos que el sr. exhortante refiere de los mas que puedan instruir con toda verosimilitud el hecho y origen”.  
Frente a esa primera fase de la averiguación, el cura de Coatepec procura una nueva versión más amplia de lo ocurrido. Insiste en la justificación de su vicario y en cierto modo intenta disculpar sus métodos violentos. Parece decir que frente a indios e indias reacias y poco instruidas en la doctrina cristiana, les habían ordenado que “para su instrucción concurrieran unos y otros a la doctrina los domingos antes de la misa”, juntándose con los muchachos y muchachas que recibían la instrucción religiosa en ese momento.
Pero asegura el sacerdote, que estos, indios e indias, no hicieron caso al vicario teniendo poco aprecio de estos mandamientos, los hombres quedándose tercamente en el atrio platicando.  Es por eso que el vicario ordenó, según su superior, que entraran a la iglesia a rezar  “por voz de un fiscal”. Pero como “no hacían caso salió y quitándole a el fiscal la vara, a el indio que primero se hallo (que aserto a ser forastero) le dio con ella un palo”. Pero esta vez, en ese nuevo relato más completo de lo ocurrido, el cura de Coatepec tiene que confesar, por primera vez, que “entrando a la Iglesia con la misma vara fue empujando a las mujeres para que subieran a el paraje que les tenia destinado para que no se quedaran interpoladas con los hombres”. Esto provocó, según él, que  “levantaran gritos y se atumultuaron unos y otras cerrando la puerta de la iglesia para que no diera misa la que por fin se dijo después que la gente de razón liberto al Padre de las indias que le tenían arrinconado en la capilla de la virgen de Guadalupe y contenido el tumulto, mas no por eso quisieron asistir a la misa y fueron unos ocho por todos, se fueron a las casas reales en donde hasta las 3 de la tarde se quedaron.... hasta que descubiertos los cabecillas los argeñara  en la cárcel de Xalapa....”
Aprovecha el cura para reiterar en su acusación, que este pueblo era de “levantiscos porque en otras tres ocasiones se han conspirado contra otros ministros”. Y si eran tan altaneros con sus superiores, pretende el autor, era por “el motivo de tener inmediata una Montaña casi inaccesible junto  y luego que se quieren corregir se retiran a ella en donde viven y mueren como brutos, porque según se me ha dicho, Indios hay en ella sin bautizar...”.
Así,  Don Diego Xavier pretende que los xiqueños no eran sólo gente reacia, sino que ponían en peligro la paz de toda la región ya que existía al norte de dicho pueblo, en dirección del Cofre de Perote, una región mal controlada y poco poblada donde, según las circunstancias, los pueblos alzados podrían refugiarse y despreciar el poder del rey y de Dios. Por lo tanto, pide una férrea empresa de limpieza definitiva de esos espacios que pertenecían aún al demonio y que fuera “el alcalde mayor con una escolta de soldados para dicha montaña a destruir la habitación y reducirlos a que vivan cristianamente”. Esa acción radical quitaría lo altanero a estas indias e indios ya que no tendrían lugar de refugio para escapar de su merecido castigo.
Durante este tiempo ya estaban presos en Xalapa varias xiqueñas y xiqueños. El 5 de junio, dos meses después, empiezan sus interrogatorios. Recordemos que en aquella época los prisioneros no eran generalmente alimentados por el encargado de la cárcel, sino que eran las comunidades y las familias de los presos quienes tenían que encargarse de su alimentación y otras necesidades. Es decir, que para el conjunto de la comunidad de Xico, ese proceso fue muy oneroso ya que también hubo muchos gastos de papeleo, debido a que cada hoja debía pagar un impuesto, además del sueldo del escribano, del abogado, sin olvidar probablemente diversos regalitos y propinas que habría que saber dispensar a las personas adecuadas para que recibieran sus documentos y aceleraran el proceso.
Comparecieron ese día “Don Sebastián Gobernador pasado de el Pueblo de Santa Ma. Magdalena de Xicochimalco, Lorenzo Poncio, Juan Domingo, Pedro Maldonado, Pedro Fistol, Francisco Gerónimo, Lázaro de la Cruz y Miguel Chimal, todos naturales tributarios y originarios de dicho pueblo, presos en esta cárcel publica por mandato del Señor licenciado Don Diego Xavier de Obregón, cura, sobre el atentado cometido en dicho pueblo el 8 de abril pasado de este año”.
El 6 de junio compareció “Sebastián Fabián, Gobernador pasado del pueblo de Xico”, de donde es natural y vecino. Su versión de los hechos empieza a proponer otros derroteros sobre la naturaleza del conflicto con el vicario.  Es una primera relación sintética de lo ocurrido y la razón inmediata del conflicto: “dice que el domingo pasado yendo el vicario a entrar en la iglesia de Xico estaba el que declara con el gobernador actual y demás oficiales de república de dicho pueblo, hablando sobre su cabildo que había echo para elegir Maestro de escuela en el atrio de dicha su iglesia, por cuanto el que tienen esta puesto por el Sr. Alcalde mayor de este pueblo, y dicho Lic. Don Félix Xavier quiere poner otro que ellos no gustaban fuese tal maestro y que permaneciese el que tienen”.
Como lo sabremos por  futuros interrogatorios, ese domingo funesto, las autoridades del pueblo actuales y pasadas, así como otras personas, hombres y mujeres, estaban comentando en el atrio la decisión que el cabildo indígena de Xico acababa de tomar el día anterior sobre la cuestión del maestro para la escuela del pueblo. Estaban probablemente temerosos de la posible reacción del vicario, y tenían razón, porque éste no lograba digerir, para nada, esa decisión, ya que quería imponer a toda costa como maestro a un familiar suyo. Y fue por eso que al ver a las autoridades y la comunidad discutiendo en el atrio, arrancó el dicho palo a uno de los fiscales, cuenta el testigo, y “empezó a dar de palos a los que encontraba, entrándose en la iglesia haciendo el mismo castigo  dentro de ella a las indias quienes alzando la voz se decían unas a las otras, por qué el padre nos da de palos estando nosotras rezando, y el santísimo manifiesto”[16]
Interrogado don Sebastián sobre la razón del  por qué se “atumultuaron” e hicieron arrinconar al vicario en la capilla de nuestra señora de Guadalupe, hasta que llegó el vecindario de razón a defenderlo, respondió “que por el motivo de los palos, sin saber porque motivo se pusieron a su lado todo el vecindario de razón...”. Tampoco sabe quién cerró la puerta de la iglesia.
El funcionario en su “inquisición” toma muy en serio lo que pretende el cura de Coatepec sobre las amenazas de futuros levantamientos sangrientos, y pregunta al testigo por qué se fueron todos a las Casas Reales y “se mantuvieron ahí formando cabildos”, un encerrón que puede parecer amenaza de futuros motines. El testigo responde que no puede decir nada sobre esas amenazas, ya que él no fue a ese lugar. Lo que sí sabe es que el Gobernador actual y sus oficiales se fueron a esas Casas Reales  ya que “son inmediatas a dicha iglesia”, pero con la finalidad  de escribir “como lo hicieron al Sr. cura de Coatepeque, y a los sr. Alcalde Mayor de este pueblo (Xalapa) de lo que había sucedido”. En cuanto a la preparación de futuros levantamientos, respondió que “no ha oído decir nada, ni a indios ni a indias”. Como tampoco “no sabe ni ha oído decir” sobre estos supuestos antiguos tumultos “contra su ministro eclesiástico y Teniente del partido” que menciona el cura de Coatepec.
 Además, añade, que esa “novedad” ha dejado a todos muy atemorizados, ya que se dieron cuenta de la probabilidad de algún castigo por haber dejado de oír misa. Termina su declaración diciendo que ignoran realmente el delito que hayan cometido “los demás hijos e hijas de su pueblo”,  pero que se rinden de antemano y “humildemente pide perdón así por si, como por todo el Pueblo, así ha dicho al sr. cura como al sr. vicario, implorando la benignidad del juez”.
Es en el interrogatorio de Lorenzo Poncio que aparece por fin la infeliz golpeada ya que era su ahijada, que estuvo próxima a malparir y llegó al extremo de que tuvo que recibir los santos oleos. 
Otro natural de Xico, Juan Domingo, “casado, de 30 años, indio tributario” es un poco más explícito y está consciente de que está “preso porque habían echo Cabildo sin licencia y permiso”. Explica que no se trataba de “irrespecto” hacia el padre vicario sino por causa de la elección del maestro de escuela, pero que fue el dicho vicario el que se puso furioso de esa elección, por lo que los echó diciendo “que él se vería con ellos por haberle faltado a su respecto”. En cuanto al alboroto y las amenazas, él no sabe nada ya que no estaba en el atrio sino que ya se había metido a la iglesia para orar  y sólo puede decir que “vio entrar al vicario con el palo del fiscal dando de palos y que allí se paró y corrigió al Gobernador porque no entraban a rezar y de allí se fue el vicario para el altar  dando de palos a todas las indias...”
La confesión del alcalde en turno del pueblo, Pedro de la Cruz Maldonado, casado, 46 años,  explica mejor lo que pudo haber ocurrido: dice que el cabildo fue llamado por el vicario porque había recibido una carta del cura de Coatepec en la cual “se quejaba de ellos por un cabildo” ya realizado. Éste, considerando el cabildo como la autoridad local de Xico, justifica esa reunión, no como un desprecio hacia el vicario, sino que se habían reunido “por mandado del Teniente de la Real Justicia según orden que había dado el Sr. Alcalde Mayor para que lo hiciesen a fin de elegir Maestro de escuela, por haberles propuesto uno el Alcalde Mayor y otro el sr. Vicario”. En ese cabildo, confirman que decidieron que era más conveniente “admitir el que el Sr. Alcalde Mayor les había mandado”. Tanto más que el postulado por el vicario no tenía aparentemente experiencia.
Es por ese motivo que “fueron llamados el día domingo a las 9 o 10 del día que no se había celebrado la Misa, a la Casa del vicario”. Éste les increpó y les reprochó por haberse reunido en cabildo, sin él, y de haber tomado esa decisión, lo que él consideraba como una falta de respeto. Arrojó enojado la carta del cura de Coatepec y dijo “que se vería con nosotros, saliéndose todos de las Casas de Curato se retiraron al Patio de ella donde se estuvieron un rato”. Es evidente que ahí estuvieron comentando lo que estaba ocurriendo con otros miembros de la comunidad y antiguas autoridades.
El vicario, él, estaba fuera de sí y desde el fin de la reunión en su casa, manifestó su ira “Y saliendo desde su casa dicho padre tomó a un Topil de la Iglesia el palo que traía para venir amagando a unos 6 o 7 hijos que estaban parados, hasta que los tiró con él”. Viendo este acceso de violencia, a la puerta de la iglesia, todos “les hicieron lugar para que el vicario cruzara para entrar dentro”. Pero la ira del vicario iba creciendo y “tomó al fiscal la vara, y dando de palos a un Alcalde pasado del pueblo, siguió dando a otro de Ixhuacán que estaba hincado dentro de la iglesia y parándose el padre allí dijo al gobernador que no cumplían con su obligación que sabría o haría castigarlos”.
No solamente golpeó sino que amenazó con terribles castigos futuros ya que, según ese testigo, dijo que los castigaría “tendiéndolos en el suelo y desollándolos con azotes, y después seguiría con todos los del pueblo”. Y metiendo sus acciones en acuerdo con sus palabras, de un lado a otro iba dando de palos a las indias “que estaban hincadas rezando la doctrina y al sumo sacramento”.
No era la primera vez que ese vicario ejercía violencia contra sus feligreses. El fiscal actual contó  “que este mismo Padre en las ocasiones que las indias e indios han ido a comulgar… les ha dado de gaznatones y golpes en la cabeza con el vaso de las formas teniendo en la mano”.
A su vez, Pedro Maldonado confirma que vio cuando el cura daba de palos, e incluso vio al vicario mirar a la cara al gobernador y decirle “que eran todos unos Perros y los había de matar a azotes” y que después, iracundo, “se fue para el altar dando de golpes a todas las indias, que arrolló a unas indias, que el Padre mataba a una de ellas que estaba preñada...”
Los interrogatorios de Francisco Gerónimo, gobernador pasado de dicho pueblo, confirman la versión de los xiqueños y sobre todo insiste, éste, en el miedo de todos a posibles represalias, de ahí el apresuramiento a escribir a las autoridades sobre lo ocurrido, añadiendo que de una vez en esas correspondencias solicitaban “que les mandaran otro padre para que les dijera misa”.
Los testimonios de Lázaro Cruz, de 30 años,  Miguel Ángel Chimal, de 20 y Manuel de la Cruz, de 35, no aportan nuevos elementos. Sino que reiteran, que no hubo conciliábulo ni ninguna confabulación del pueblo contra el vicario antes de la misa, sino un simple comentario colectivo de lo que estaba ocurriendo, y que fue la violencia desmedida del vicario lo que provocó el supuesto “tumulto”. El dicho Manuel de la Cruz terminando su “confesión” insistiendo sobre la violencia verbal del vicario y sus amenazas,  “y oyó que dijo al gobernador en voz alta que lo haría tender en el suelo y lo desollaría a azotes pues no sabia dar buena doctrina a sus hijos...”

Testimonio de las mujeres presas
El primer testimonio es el de Nicolasa María, casada con Francisco Gerónimo, de 71 años. Esa venerable anciana cuenta que ella “se encontraba rezando en la iglesia, después de haber oído la doctrina de su doctrinero”, como lo había ordenado el vicario y que se preparaba para oír la misa “cuando vio al padre entrar dando de palos”.
Otra anciana en la cárcel es María Jerónima, de 70 años de edad. Testimonia que cuando vio que el padre estaba “dando de palos también a las indias” procuró escapar de una posible paliza, arrastrándose, lo que tuvo como consecuencia que incluso perdiera su rebozo. Pero si llegó hasta el altar de las ánimas fue porque vio que él estaba dando de palos a una nuera suya, “la cual vio tan maltratada que cogiéndole de la mano la saco de la iglesia y la llevó a su casa”. La mujer se puso mal y “quiso mal parir”. María Jerónima le administró unos remedios caseros y se alivió un poco pero “al otro día Lunes estando muy a peligro de abortar fueron a llamar a dicho padre vicario quien la confesó dicho día”. Como esa mujer no se aliviaba, al día siguiente el vicario la oleó y el miércoles, empeorando su estado, “por estar casi muerta le dio el viático”. Por suerte, hasta en cierto punto, la mujer no se murió  pero siguió  aún “padeciendo hasta el día de hoy”.
El 16 de junio de 1764, se siguen retomando las “confesiones” de las indias frente al notario comisionado para recoger sus testimonios, están presentes también el defensor y el intérprete, “nombrado por el Alguacil mayor interino”. Estos testimonios de las mujeres fueron  recogidos con la misma solemnidad que los de los indios presos. Todas pronunciaron el clásico juramento de decir verdad. La primera en declarar ese día fue Juana María, de 60 años, esposa de Santiago, alcalde pasado del pueblo de Xico. A la clásica cuestión inquisitiva de si sabe por qué está presa, responde que no sabe pero “infiere que a pedimento del Padre Vicario de su pueblo”.
Las preguntas que se les hicieron muestran el interés principal de sus interrogadores: saber si el “tumulto” fue premeditado y si es indicio de futuros levantamientos en el pueblo. Retomando la versión del vicario, le preguntan si sabe “por qué el domingo 8 de abril de este año, yendo el Padre Vicario Don Félix Xavier Pérez a decir misa a su pueblo, encontrando a todos los indios parlando en el Atrio los reprehendió porque no rezaban la doctrina como les tenía preceptuado” y, segunda parte de la acusación del sacerdote contra sus feligreses, porqué habían “arrinconado al Padre vicario en la capilla de Guadalupe hasta que llegó el vecindario de razón a favorecerlo”. La respuesta de la mujer fue clara, ella estaba en la iglesia “rezando la doctrina, después del rosario”  como lo había ordenado el vicario. Fue cuando le llamó la atención el ruido y los gritos en el atrio y “vio entrar al Padre vicario por la puerta mayor  y vio que quitó al Fiscal la vara de la mano y empezó a dar de palos a los indios de una y otra parte”. Asustada, ya que el padre “llegó a donde estaba hincada la que declara con las demás indias” y como seguía dando de palos, “se pusieron todas en pie” y vio que el padre “se entró en el altar de Nuestra Señora de Guadalupe”. Pero la declarante dijo no haber visto más, ya que asustadísima se fue para su casa, y por lo tanto, no puede confirmar la actuación de la “gente de razón”, ni sabe si se dio misa, ni si se cerró o no la puerta para impedirlo. En resumen, “dijo que no oyó ni vio nada”. Sobre las reuniones en las Casas Reales “donde se mantuvieron formando Cabildos y haber proferido que en otra ocasión habría efusión de sangre respondió que no sabe otra cosa mas”. Sólo puede decir que en su casa alguien mencionó que habían “escrito lo acaecido al cura y al alcalde mayor”. Tampoco pudo responder a la pregunta de si había ya ocurrido que el pueblo se haya atumultuado “con los Ministros eclesiásticos y de la real justicia”.
Tampoco Dominga María, casada, de 40 años de edad, tiene idea de por qué está presa aunque supone, como todos, que será por las quejas de su vicario. También ella cuenta que ese domingo de Lázaro, estaba rezando la doctrina después del rosario, y que vio “entrar al Padre vicario por la puerta y que quitando al Fiscal la vara dio de palos a unos indios de Ixhuacan y entrándose hasta el medio de la iglesia donde estaban las indias vio dar de palos a unas indias y entre ellas a una nieta que estaba encinta”. Cuenta también el calvario de esa desdichada mujer, confesada, oleada y ungida ya que parecía que iba a morir.
Rememorando los hechos, se acuerda del “alboroto que causaron los palos” ya que todas  y todos se pusieron de pie y “alzaron la voz en común diciendo qué motivo tendrá el Padre para darles aquellos palos, no hallaban ser regular que antes de que dijera la misa los castigara de aquel modo”.
Si hacemos caso a esa reflexión podemos hacer la hipótesis de que ese vicario era muy aficionado a los palos. El testimonio de esa señora parece manifestar su asombro de que incluso antes de misa ese sacerdote utilizara semejantes métodos. Lo que quiere decir que sí los utilizaba de manera ordinaria. Evidentemente esa actuación en la propia iglesia colmó la paciencia de los feligreses y por eso muchos oyeron que se empezaba a discutir la posibilidad de buscar otro padre que les diera misa, lo que efectivamente fue una de las demandas contenidas en la carta al cura de Coatepec. Pero a todo lo demás responderá que no sabe nada.
María de la Encarnación, casada, de 54 años de edad, no se hace ilusión y sabe muy bien que “esta presa por unos palos que dio dentro de la iglesia el Padre Vicario”. Cuenta que ella estaba rezando el rosario y viendo que no llegaba el vicario para decir misa, se pusieron a rezar la doctrina. Y fue en ese momento que oyeron, ella y sus compañeras, “el ruido que causó el Padre con los indios”.
Declara llanamente que “vio al Padre con los indios y vio al padre con la vara del fiscal en la mano, que iba entrando”  y que también “vio que dio de palos a dos indias que están junto a la que declara, aunque a ella no le dio”. Asustadas y escandalizadas, todas se pusieron de pie “violentamente” y fue en este momento “que oyó que  dijeron espantadas, que no parecería bien que este Padre que les había dado de palos les dijera Misa y que se buscase otro que se las dijera”. Asustada por “tantísimo alboroto” no vio más y se fue para su casa, ella y muchas otras “de miedo de que el padre les volviera a castigar”, tanto más que ella cargaba “una criatura de año y meses que estaba dando de gritos”.

Intervención del defensor de los indios e indias
El 4 de julio, Don Lucas Barradas, vecino de Xalapa, abogado nombrado “para defensa de los Indios e indias naturales y tributarios del Pueblo de Xicochimalco de la Doctrina de Coatepeque, presos unos y otras en las cárceles públicas de esta Cabeza a pedimento del señor cura de Coatepeque y su teniente”, entrega su reporte a Don José Suárez, cura y juez eclesiástico de Xalapa. Ese defensor empieza por negar “el titulo de tumulto” a lo que ocurrió ese domingo 8 de abril en Xico. Se basa en los documentos que tiene en su posesión y particularmente en las “confesiones” de los “presos y embargados” que defiende, así como en las declaraciones y acusaciones hechos por los eclesiásticos de Coatepec y los testigos propuestos por éstos que niegan o “se olvidan” mencionar que el vicario hubiera dado de palos, faltando evidentemente a la “sagrada religión del juramento”.
Su argumentación se inscribe en una reflexión de sentido común: se le “hace increíble que habiendo estado todos presentes a favorecer a el padre como se asienta expresamente, todos callen el motivo y ocultan el haber dado de palos”. Incluso, más claro, el único testigo que confirma haber visto al padre con un palo en la mano, ya que estaba con él en la iglesia, pretende que no lo vio golpear a nadie sino “que solo observó al padre con el palo  que  amagaba a los indios”. El defensor sacó la conclusión lógica: “infiero yo que este amago fue el echo de los apaleos y por lo que mis partes indios e indias se levantaron”.
Señala también las ambigüedades de otro testigo de la parte acusatoria, que no nombra, que produjo un testimonio sesgado e incompleto porque si bien menciona que “el padre entró apartando a un lado y a otro a indios e indias”, no cuenta si dicha separación “la seguía haciendo con el palo en las manos”.
Silenciando la violencia de la actuación del vicario, sus “testigos”, hicieron parecer a los indios e indias como gente rebelde, concluye así que estos “maliciosamente ocultaban la verdad”, añadiendo que si esos testimonios estaban incompletos, fue porque sus interrogatorios no estuvieron realizados conforme a justicia.
Otro testigo de la “gente de razón”, Agustín Briones, propone incluso una imagen más sentimental del incidente y declara que “cuando entro en la iglesia halló al padre junto al altar de Guadalupe y una india abrazada con él llorando”, lo que nos permitió tener el comentario burlón del abogado: “Buen tumulto de infelices indias, que lloran con su Padre Vicario…”
La conclusión del defensor es categórica, “de no haber sido sublevación como cavilan, sino un sentimiento bien fundado de un atentado”, ya que no pueden acusar a las indias apaleadas de no querer rezar doctrina porque la estaban rezando, así como el rosario, sin “la autoridad de los Palos”. Tampoco el argumento de que la violencia nació porque “estaban mezclados indios e indias” era verosímil ya que todo el mundo sabe que “la separación es costumbre muy antiguada en sus iglesias”.
Los testigos de la parte acusadora tampoco “observaron desacato alguno” en cuanto al respecto del Padre, no solo con hechos ni siquiera “en palabras”. Lo que no les impide, hace notar el abogado, incriminar a los acusados de algo que ni remotamente les pasó por la cabeza.  Al abogado le extraña la unanimidad de los testimonios de los acusadores ya que   acusan “todos a una voz”, repitiendo las mismas palabras. Además de que pretenden que los acusados, sí habían proclamado claramente que “en otra habría efusión de sangre”, aunque no pudieron precisar quién lo dijo. El abogado concluye que le parece que estos testimonios son mentirosos y parte de una acusación preparada de antemano por la jerarquía coatepecana. En suma, retomaron en coro las acusaciones del cura de Coatepec. Pero la lectura aguda que hizo el abogado de las acusaciones, le permitió convencerse de que fue al contrario, alguien de entre la “gente de razón”, el que hizo probablemente esa reflexión, sin que pudiera esclarecer claramente quién pudiera haber dicho eso.
En resumen, el abogado constató que el testimonio de los acusadores estaba incompleto y nada imparcial y de ello, lo declara firmemente, “la culpa es del juez” ya que finalmente, por su mala actuación,  “los testigos responden lo que se les pregunta y lo que no, lo callan, en daño conocido de terceros”.
Incluso el abogado va mucho más lejos y nos parece, es nuestra lectura del documento, que acusa al vicario de abusos diversos, de ser un déspota, violento y acaparador. Evidentemente lo hace de manera velada pero muy intencional, hablando de esos vicarios que “maquinan para estropearlos”, intentando sacar todo lo que pueden a los pueblos, hasta el zacate, aunque no tuvieran más ni para cubrir sus casas[17]. También se refiere a esos supuestos señores vicarios que imponían a sus feligreses “la renta” de parcelas de las mejores tierras y a quienes exigían además que contribuyeran con la entrega de pasto suplementario para sus animales y todo tipo de servicios gratuitos que fuera necesitando para su granja propia. No había duda, para él, por lo tanto, de la abusiva actuación en los pueblos de indios de tales vicarios y particularmente de ese vicario iracundo y violento.
En cuanto a la  reputación de “tumultuosos” de sus defendidos, la acusación más grave finalmente,  que difundió la parte acusatoria haciéndose el eco de antiguas sublevaciones contra el vicario Don Luis de la Fuente, el abogado la rebajó a una simple “altercación sobre las antiguas costumbres” ya que ese vicario, otra vez por su propia autoridad, quería imponer reformas cuando sabía muy bien que todo cambio en ese pueblo, siempre se decidía de manera colectiva.        
El abogado lleva paulatinamente a su lector hacia el meollo de su defensa: destruir la validez de la acusación, haciéndose el eco de la reputación ambigua del vicario ya que es “notoriedad de voces…la conocida Pasión del Presente Padre Vicario”. Era bien conocida su voluntad de imponer a toda costa como “maestro de escuela a un sobrino suyo contra el dictamen y aprobación del señor Alcalde Mayor quien tiene puesto otro”. Es esta voluntad la que provocó que se reunieran en cabildo las autoridades del pueblo “el día antes de este acaecimiento y todos de acuerdo deseando complacer a su alcalde mayor”, como deben hacerlo los fieles sujetos del rey, ya que el Alcalde Mayor es su representante. Y finalmente, concluye el abogado, que “de aquí procedió el enojo” de aquel vicario, ya que no  encontró en los documentos del proceso “otra causa para el hecho de los Palos, que todos así lo confirmaron”.
La violencia de “la pasión” del padre se nota en todas las deposiciones de los acusados e incluso el abogado declara “clara y distintamente no haber otro motivo para la indignación del Padre que el cabildo que se hizo la tarde antes del que llaman tumulto”. Y si éste los amenazó con represalias futuras, éstas no tardaron en llegar, “fueron los Palos con que experimentaron la realidad de lo que les prometió”.
Por otra parte se acusa a “mis partes”, dice el abogado, de haber tenido cabildo por el negocio del maestro, como lo hacen para otros asuntos importantes “a beneficio de su República”. Pero eso no debe extrañarnos ya que es innegable que “entre los indios cuanto emprenden, no lo ejecutan, sin consultarlo primero entre ellos mismos, por lo que les es permisible este Acto de Cabildos y más, para el de que se trata para el que les concedió su venia el señor Alcalde Mayor”.
Finalmente, en cuanto a la idea de que fueron la “gente de razón” quienes impidieron que el conato de “tumulto” llegará a más y pudiera peligrar en algo el vicario, el abogado estalló en una clara burla: cómo era posible que unas cuantas “gentes de razón” pudieran haber contenido “cerca de un mil individuos” en pleno tumulto. El testimonio de éstos es muy claro para el abogado, se trata de una mentira: “ocho o diez hombres de razón” no podían amagar un supuesto  “tumulto” y de ahí concluyó que los acusadores “manifiestan clara y expresamente su parcialidad”.

Lentitud de la justicia colonial
Después de haber leído una copia de este expediente y empaparse del caso, el 9 de julio de 1764 Don Manuel Ignacio de Gorospe, juez provincial y vicario general del Obispo de Puebla, firma un documento salomónico ya que los reos pidieron perdón y misericordia y admitieron como justa la prisión que habían padecido. Por lo tanto pide que éstos “Salgan luego de ella apercibidos que se porten en adelante con el respecto y reverencia debida a sus Párrocos”. En cuanto al vicario “que dio motivo con los palos que dio alboroto de los indios, se le notifique se porte con ellos con mas blandura y amor para que le amen y respeten”. Porque le recuerda el prelado, “que es muy mal proceder conseguir el desprecio y la ira de los que debe amparar y doctrinar”.
Todo parecería resolverse felizmente para las indias e indios de Xico pero otro documento de su defensor fechado el 8 de agosto de 1764, nos demuestra todavía que éste “pide clemencia” a las autoridades competentes en nombre de estos “pobres desvalidos” que siguen en la cárcel. Intenta tocar el corazón paternal de dichas autoridades recordando la situación de “tantas familias desamparadas, tantas doncellas sin padres ni madres por hallarse presos y tantos huidos en ajenas doctrinas temerosos del castigo” y espera que pronto “se le den prisa al asunto” y se libere, por fin, a sus defendidos en la cárcel desde hace más de 4 meses.

Epílogo
Más allá del enfrentamiento con un vicario prepotente e iracundo, ese expediente nos muestra en acción la unidad profunda de indias e indios con sus autoridades y el funcionamiento colectivo de la toma de decisiones. Es un hecho que el tamaño de la comunidad en aquella época, un poco más de 1000 personas, unida por los lazos familiares y compadrazgo permitía esa compenetración de todos con todos, vemos  cómo las antiguas autoridades trabajaban en conjunto con las nuevas, cómo las mujeres participaban en esa toma de palabra de la comunidad a tal punto que ellas también sufren la cárcel.
Sorprende también, más allá de los documentos de nuestro expediente, la tenacidad  y empeño de ésa comunidad que durante casi dos siglos luchó, de manera pacífica, para reconquistar tierras que consideraba suyas. Es interesante ver cómo logran asimilar todos los recovecos y laberintos de los procedimientos judiciales coloniales, y posteriores, que si bien a veces se presentan como “pobres” y “miserables”, esto no les impedía saber gastar  cuando se necesitara, sumas importantes para una pequeña comunidad, como cuando esperaban cambiar títulos oficiales de propiedad por dinero, o cuando ofrecieron una suma importante para los gastos de la construcción de la catedral de Puebla de la cual dependían. Analizar ese expediente también nos ha iniciado en las relaciones ambiguas y complicadas de los sacerdotes con sus feligreses, ya que recordemos que los recursos a los cuales pueden pretender para vivir estos vicarios, son muy escasos, y por lo tanto fatalmente tienen que presionar lo más posible a sus fieles. Por otra parte, estos vicarios no están solos, tienen familia, hermanos, sobrinos, la decisión de entrar en el clero no es generalmente una decisión individual sino más bien de todo un grupo familiar que espera del religioso recursos financieros e influencia para el crecimiento del conjunto familiar. Es por eso que el vicario se empeña en imponer a su sobrino porque ése presente como maestro en Xico, es una paga asegurada, pero también una ayuda preciosa para todos los otros negocios de dicho vicario por la importancia estratégica de ese puesto.
Finalmente vimos en nuestro expediente cómo ése proceso remontó hasta la sede episcopal, lo que obligó al obispado a conocer de manera clara las relaciones entre el curato de Coatepec y la República de Indias e Indios de Xicochimalco y se puede considerar que a lo mejor ese conflicto fue un paso importante en la independización de Xico del control de Coatepec, ya que en 1772 Don Francisco Fabián y Fuero, obispo de Puebla, estableció la parroquia de “Santa María Magdalena de Xicochimalco”.




[1] Guy Rozat, Prácticas alimentarias y vida cotidiana de las mujeres en Xalapa a fines del siglo XVIII en Mujeres en Veracruz. Fragmentos de una Historia. Tomo I, Fernanda Núñez Becerra y Rosa María Spinoso Arcocha (coord.), Gobierno del Estado de Veracruz, Xalapa, 2008.
[2] Eric Van Young en su libro La otra rebelión. La lucha por la independencia de México, 1810-1821. F.C.E. México, 2006, pág. 114. Nos cuenta que entre 1811 y 1814 “la proporción de mujeres indígenas involucradas en delitos es extremadamente más alta pues suma 68% de todas las mujeres arrestadas”. Aunque no puede especificar el tipo de delito cometido.
[3] Jean-Pierre Albert, Le sang et le ciel. Les saints mystiques dans le monde chértien, Aubier, París, 1997
[4] La primera evangelización siendo la de los franciscanos en el siglo XVI, la segunda correspondería al tipo de evangelización promovida por los jesuitas en el siglo XVII y la tercera sería la evangelización que acompaña la introducción de los valores de la primera modernización “capitalista” promovida directamente por la Iglesia secular y el Estado. Si bien el pueblo mexicano hoy se considera como cristiano, es muy probable que una reflexión historiográfica sobre esa cristianización, mostraría algunos elementos religiosos impuestos por esas diferentes capas de evangelización. El fenómeno religioso también es un fenómeno histórico.
[5] De ahora en adelante nos referiremos a ese pueblo con el nombre de Xico como es conocido actualmente ese pueblo.
[6] Conformación regional de la Alcaldía Mayor de Xalapa y procesos territoriales de sus pueblos de indios, 1700-1750. Tesis de Maestría de Paulo César López Romero, COLMICH, Noviembre de 2010, pp. 161-171
[7] Muere el rey de España, Carlos II, sin posteridad en 1700. Las casas reales francesa y austriaca reclaman para uno de sus vástagos el derecho al trono español. Inglaterra y Holanda ven muy mal que la Francia de Luis XIV, ya dominante en el continente, se uniera con España y su imperio, volviéndose así hegemónica. La guerra duró hasta 1715 y se desarrolló en muchos campos de batalla europeos. La destrucción en España fue muy grande ya que degeneró en guerra civil y los ejércitos franceses invadieron España. Es por eso que el tesoro español estuvo durante 15 años muy urgido de recursos, pidiendo ayuda a sus colonias.
[8] Ibid, pág 164.
[9] Ibíd., Pág 168.
[10] Todavía a fines del siglo XVIII y principios del XIX los abastecedores de carnes de Xalapa se preocupan por rentar estos pastizales de San Marcos, que parecían ser un lugar imprescindible para el acopio y el engorde de los ganados para el abasto de dicha villa.
[11] Gilberto Bermúdez Gorrochotegui, El mayorazgo de la Higuera, Universidad Veracruzana, Xalapa, 1987. Particularmente el capítulo IV La decadencia y disolución del mayorazgo pp. 103-153
[12] J. A. Villaseñor y Sánchez, Theatro Americano, descripción general de los reynos y provincias de la Nueva España, México, 1746, Libro II, cap. 8. Cuenta que el “ingenio de Pacho, que era antiguamente populoso y producia quantiosas porciones de azucar, pero hoy se halla desierto y arruinado y solo hay en sus tierras dos o tres rancherias de pobres labradores” 
[13] Ibíd., pág. 285
[14] Ver por ejemplo Jorge E. Traslosheros H. El tribunal eclesiástico y los indios en el arzobispado de México hasta 1630, en Historia Mexicana, año LI, no. 003, COLMEX, 2002, pp. 485-516, Gerardo Lara Cisneros, “La justicia eclesiástica ordinaria y los indios en la Nueva España borbónica: balance historiográfico y prospección”, Los indios ante los foros de justicia religiosa en la Hispanoamérica virreinal, de Jorge E. Traslosheros y Ana de Zaballa, México, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 2010. (Serie Historia General, 25).. William B. Taylor, Ministros de lo sagrado. Sacerdotes y feligreses en el México del siglo XVIII. Dos Volúmenes, COLMICH, 1999, México.
[15] Agradezco a la Dra. Fernanda Núñez haberme comunicado la paleografía de lo que se podía rescatar de ese documento, consultado en la época en que este archivo aún no había sido clasificado.
[16]Insistiendo en ese detalle de la presencia del Santísimo, indias e indios pretenden hacer notar lo realmente escandaloso de la actuación del vicario que no solamente falta a su propio decoro sino que en esa actuación comete un sacrilegio.  
[17] En la región de Xico las casas estaban muchas veces cubiertas con un zacate muy resistente y muy común en la región: Muhlenbergia macroura o zacatón, cuyos tallos podían alcanzar 1.5 m. de altura y convenía perfectamente para la techura de casas y edificios. Pero también podían servir de alimento nutritivo para el ganado del vicario.

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